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sábado, 7 de diciembre de 2024

Los nuevos gambusinos

Es curiosa la importancia que han adquirido los influencers, a través de las redes sociales, en la vida de las personas. Significación que no sé si corresponde «condenar». Al fin y al cabo, el éxito más celebrado siempre fue el crematístico.

En el mundo real, alcanzar algún éxito requiere esfuerzo; en el mundo virtual, ese logro, al parecer al alcance de un clic, solo requiere osadía.

¿Qué es, ahora, el éxito? Obtener «vistas»; que, «al cambio», pueden significar una súbita fortuna que ningún sacrificado trabajador podría soñar, por muy esforzado que fuese.

Ya no es necesario excavar la tierra, lavarla. La figura del gambusino ha sido reemplazada por la del influencer: aquel que no explora montañas acompañado por una bestia que lleve a cuestas sus herramientas ni pasa hambre ni frío; usualmente, le basta una cámara y regodearse en el gusto popular o, lo que parece ser lo mismo, el mal gusto de las masas: esas que banalizan el mal y desprecian la buena calidad o el buen gusto. Penosamente, a la mayoría, estas cualidades nos resultan ajenas y, en algunos casos, indeseadas.

Así, la vida parece fácil cuando se trata de oro.

Pero, como el mundo virtual depende del real, el oro en la red también es esquivo: es necesario algún talento.

La fiebre del influencer pasará, como toda calentura.

sábado, 16 de noviembre de 2024

No encolochar

Haz lo que te gusta
y no trabajarás un día

Confucio

En rigor, Confucio no dijo ganarás plata.

Convengo con el aforismo: hago lo que me gusta. ¿Gano plata con eso? No. En mi opinión, esas son dos actividades completamente distintas que podrían ir por el mismo camino pero que, generalmente, no lo hacen. Además, no le pongo el mismo empeño a hacer lo que me gusta que a ganar dinero.

Cuando hago lo que me gusta, no pienso en el dinero; cuando procuro dinero, no me detengo a pensar si lo que estoy haciendo me gusta o no; me basta con que sea lícito.

Cuando uno hace lo que le gusta, involucra todo el ser en la tarea, como cuando se ama. Por lo demás, la acción de amar es algo muy complicado. Felizmente (o infelizmente), el común de las personas se complace con unas palabras.

Sobre esto, recuerdo a un amigo que vivía en Villa El Salvador, exactamente por la «curva del diablo». Se enamoró de una chica que vivía en Puente Piedra, por «Las Lomas». Todos los días, muy temprano, salía de su casa en Villa El Salvador e iba a Puente Piedra; ahí, se encontraba con ella y la acompañaba a su trabajo en el Centro de Lima; luego, él se iba al suyo. Por la tarde, al terminar la jornada, pasaba por ella y la acompañaba a su casa en «Las Lomas» y, de ahí, se dirigía a la suya por «La curva del diablo». Así, todos los días. De su casa a la de ella había una distancia de unos sesenta kilómetros; él hacia ese tramo dos veces, o sea, recorría ciento veinte kilómetros. Adicionalmente, de Las Lomas al centro de Lima, otros treinta kilómetros que, de ida y vuelta, suman sesenta kilómetros más. Es decir, todos los días él recorría unos ciento ochenta kilómetros; distancia que, en una ruta sin obstáculos, se puede hacer en unas dos horas, pero no en Lima. Y él lo hacía con gusto; bueno, esto último, no sé; imagino que sí.

Eso no le reportaba dinero, todo lo contrario: gastaba en pasajes, de él y ella. Invertía, además, tiempo. Me pregunto entonces ¿qué fuerza lo empujaba a actuar así?

Bueno, cuántos de nosotros nos sentimos impulsados, de la misma manera, a ganar dinero. Cuántos salimos temprano a «recorrer noventa kilómetros», pasar por los inconvenientes que eso supone y hacer lo necesario. Y luego de la jornada, muy tarde, hacer el mismo recorrido; volver a casa y descansar un par de horas para repetir lo mismo al día siguiente.

No. Hacer lo que a uno le gusta, no es lo mismo que trabajar. Trabajar es otra cosa; ganar plata, también. Trabajar es tener una obligación pagada que, dependiendo de la demanda y o competencia, puede ser bien o mal remunerada.

Por cierto, para acumular dinero hay que tener talento.