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jueves, 20 de julio de 2023

Sophie y Kundera

Hace unos días, departiendo con unos amigos, contábamos cómo conocimos a unos o a otros. Alguien introdujo «libros» y yo recordé lo siguiente:

Sophie tardaba. Mientras esperaba, admirando la ciudad desde las escalinatas del Sacré Coeur, recordaba en silencio la canción de Brassens que habíamos repetido tantas veces la noche anterior: Au village, sans prétention / J'ai mauvaise réputation / Qu'je me démène ou que je reste coi / Je passe pour un je-ne-sais-quoi / Je ne fait pourtant de tort à personne / En suivant mon chemin de petit bonhomme…, celebrando la muestra de Didier.

Cuando llegó; agitada, disculpándose de muchas maneras; traía el cabello mojado. Abriendo la cartera, que llevaba a la bandolera, extrajo tres libros. ―Son los únicos que tengo, en español. ―Te perdono la tardanza. ―¡Gracccias! ―Respondió alargando la palabra y haciendo una venia con una amplia sonrisa.

La tarde transcurría mientras charlábamos recordando la noche anterior, hasta que, de pronto, como si cayera en cuenta de algo: ―¿Aún no has leído estos libros, no? ¿O sólo fue una escusa? ―Lo segundo, pero también me interesan los libros; apenas «picoteo» dos palabras en francés y de leer, nada. ―¿Cuáles dos palabras? ―Merci mon amour ―Esas son trois, tres. ―Entonces, mon amour: dos.

Caía el sol cuando fuimos en busca de un café. Sentados a una mesa, abrí uno de los libros y, al azar, leí: «Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno». No pude continuar una conversación coherente, me embargó una imperiosa necesidad de seguir leyendo. Salimos de la cafetería y comenzamos a deambular por Montmartre. Después de un rato, Sophie protestó: ―Estás distraído, quieres hacer otra cosa, ―tras una sonrisa cómplice que iluminó su rostro― vamos pues.


Han pasado muchos años desde entonces. Hace unos días me enteré de la muerte de Milan Kundera y recordé aquel libro que me prestó Sophie. Después: La broma, La vida está en otra parte, La despedida.


miércoles, 5 de julio de 2023

El espíritu de lăo hŭ

Hace algunos años, casi cuarentaicinco, me encontraba disfrutando un café en el Tívoli (quedaba en la Colmena, a media cuadra de la plaza San Martín) cuando un amigo, medio en broma medio en serio, me preguntó por qué no participaba en torneos de «Vale tudo» (una forma antecesora de las actuales competencias de artes marciales mixtas). Asombrado, le pregunté: –¿Quieres que me maten? Extrañado me retrucó, mientras gesticulaba simulando unos golpes con el canto de la mano: –Pero, ¿no eres estudiante de…?

Por esos días existía el mito que presentaba a los practicantes de lo que ahora llaman genéricamente artes marciales como buenos luchadores, así que cuando se enteraban que practicaba con ellos, invariablemente suponían que debía pelear bien; como no había forma de convencerlos de lo contrario optaba por guardar silencio porque cuando cedía a la tentación de dar una explicación no me escuchaban realmente, estaban seguros de que todo se trataba de romper huesos y ligamentos, nada más.

Pues no.

Una de las características de las artes marciales es que son «inútiles»; porque si de defensa personal se trata, tal vez es mejor comprar un arma y aprender a usarla. Como filosofía de vida, peor, porque contradice cualquier ley del éxito. Estando así las cosas, hablar de ellas también debe ser totalmente vano.

Entonces, ¿para qué sirven las artes marciales? Pues para estar saludable, qué mejor propósito; pero sobre todo para alcanzar un estado mentalmente claro y emocionalmente sereno; amén de cultivar la paciencia, la compasión, el perdón…

Esto de la claridad y la serenidad es muy complicado. Un día que estaba batallando con eso el maestro me llevó ante un espejo y me ordenó moverme distinto a mi imagen; no cuestioné la orden por no enojarlo. Después de una hora, cuando estaba agotado de intentarlo, me dijo: no puedes porque el espejo «no planea», sólo «está atento». Entonces le dio un golpe en el centro y estrelló el espejo: ahora sí, porque está como tu cabeza, con «muchas ideas».

A ver, por partes, «arte» remite a una destreza, habilidad, conocimiento de unas técnicas para hacer algo y «marcial» a la actividad militar: la guerra. La virtud principal de un guerrero es que sabe cuándo debe iniciar o no una confrontación, porque iniciarla es ir a la frontera que separa la vida y la muerte.

Las artes marciales no hace invencible a nadie, sólo la mejor versión de cada quien; y ésta puede incluir la capacidad de proteger la vida si es necesario; su filosofía, de respeto irrestricto a todos, sugiere una forma de vivir. En síntesis: forja tigres temidos por los cazadores.

Dicho lo dicho, me iré caminando en silencio por esa calle infinita; con el corazón cobijado por el espíritu de lăo hŭ

viernes, 5 de mayo de 2023

H2O

Me encontraba de visita cuando quise beber un poco de agua. Pregunté entonces, a mi anfitriona, si el agua del caño procedía directamente del medidor del servicio. Al preguntarme el porqué, le dije que tenía sed. Lamentando no tener agua hervida, me ofreció salir a comprar una gaseosa. Como yo insistí en mi pregunta, me dijo que sí, que la red de su domicilio se surtía directamente de la red publica, sin cisternas o reservorios de por medio. Entonces, tomé un vaso, me serví agua del caño y bebí ante su atónita mirada.

¿Por qué todo este intríngulis?

Durante el primer gobierno de Alan García ocurrió un incidente con el agua potable que se surtía a Lima: SEDAPAL distribuyó agua fétida. Episodio que los opositores al gobierno no dejaron pasar sentenciando: «el agua está contaminada con heces». No dijeron huele a huevo podrido o hidrógeno sulfúrico, no; dijeron tiene caca, directamente. El «populorum», descontento (para variar) con el gobierno que había elegido, lo asumió como cierto. Nadie se hizo preguntas básicas como, por ejemplo, ¿cuántas toneladas de excremento serían necesarias para que el agua de todo Lima adquiera olor a huevo podrido? Apuesto a que con una tonelada no sería suficiente. Claro que el agua se contaminaría, pero con unas horas de venteo probablemente sería inodoro. Pero ese no fue el caso.

¿Qué fue lo que pasó? La explicación era muy simple, pero a nadie, o a muy pocos, le interesó hacerla; además, a la oposición, el incidente le producía excelentes réditos políticos. El gobierno de entonces pasaba por malos momentos en todos los frentes (político, social, económico), en esas circunstancias se produjo una escasees de agua potable en Lima; los reservorios se encontraban en su nivel crítico de almacenamiento. Para no agravar las cosas, agregando a la escasees de alimentos la falta de agua, distribuyeron el agua que se encontraba por debajo de esos niveles (y o recién tratada), sin ventear. Era agua potable, apta para consumo humano, pero portadora de sedimentos.

Alberto Brandolini, en su principio de asimetría de la estupidez dice: «la energía necesaria para refutar una falsedad o estupidez es mayor que la necesaria para producirla». Imagino que por eso nadie se dio a la tarea de explicar el asunto. Y la leyenda sobrevive como una «verdad».

El año 2011 publiqué un artículo; en él, el siguiente párrafo:

[…] Alejandro Dumas dice, en Los mohicanos de París, «cherchez la femme». Yo lo parafrasearía sin ningún empacho así: rechercher le bénéficiaire. Esa es la cuestión: ¿quién se beneficia? Hace muy pocos años una universidad inglesa hizo una investigación sobre la contaminación; concluyó que embotellar agua, una (1) botella, contamina más que un automóvil viejo haciendo un recorrido de ochenta kilómetros. Otra investigación encontró que una población africana sufría de sed teniendo agua abundante a muy poca distancia, ¿por qué? Se habían acostumbrado a beber sólo agua embotellada. ¿Y qué es el agua embotellada? Eso que no queremos beber del caño: agua potable. […] ¿No me cree? Hace poco se suscitó un escándalo en USA, un altísimo porcentaje del agua envasada era de la red domestica y vendida un 1900% más cara.

Ya el gran Iván Petróvich Pavlov nos habló del reflejo condicionado. Mucho me temo que en este asunto estamos dejando que nos traten como a perros.

En Lima, 1000 litros de agua potable cuesta 2.83 soles. Una regla de tres simple nos dice que 0.75 litros (medida de una botella) costaría 0.0021225 de sol. O sea, con un sol podría comprar, redondeando, 353 litros de agua que fácilmente llenarían 471 botellas de 0.75 litros. A ver, ¿cuánto por ciento más pagan los bebedores de agua embotellada? Aquí tienen todos los datos, les dejo la tarea, usen la regla de tres.

Si el agua procede directamente de la red pública, beba con confianza; pero si proviene de la cisterna del edificio, aquella que limpian y desinfectan tarde, mal y nunca, probablemente esté contaminada; entonces proceda a hervirla antes de beberla.

viernes, 25 de marzo de 2022

Reencuentro con los Katos

Podría decirse que por un año (poco más, poco menos), nos vimos forzados al aislamiento, a la virtualidad; así que, volver a ver a la familia, los amigos; volver a algunas actividades cotidianas: el trabajo presencial, los estudios en equipo, el ocio compartido; nos devolvió la vida, aún no plena, pero si auspiciosa.

Impulsado por tanta vida contenida me aventuré a algunos reencuentros. Algunos, cercanos en el tiempo: el teatro, el cine; otros, un poco lejanos: la pichanga. Pero el reencuentro con los Katos fue una mala idea. No se conformaron con el saludo, con el abrazo fortísimo. Acordaron incluir a los que no nos veían hacía mucho en la siguiente reunión de entrenamiento. Entonces la idea me pareció fantástica y el día y hora señalado acudí animoso y resuelto.

La sesión comenzó como lo recordaba, poniéndonos algo cómodo: un pantaloncillo y una camiseta. Pero ahora, short y polos de marca.

Cada uno tomó un lugar y comenzamos haciendo estiramientos, saltos, piques... para calentar, durante unos 10 minutos. El mayor se puso al frente, inclinó la cabeza y recitó (el texto es un poco extenso; aquí, anoto un fragmento):

Soy un hombre de paz,
la imprudencia es mi único enemigo,
pero si es cuestión de vida o muerte
mi seguridad o la de los míos,
aquí estoy.
[…]
No tengo armas,
yo soy el arma.

Cada frase fue repetida por todos, como una oración.

Hacía muchísimos años que no lanzaba puñetes, patadas; ni hacía bloqueos, barridos, derribos, etc.; menos, planchas y abdominales a cada cambio de serie. En consideración a los que volvíamos después de mucho tiempo, las series eran sólo de 200 repeticiones; si digo que hice el 30% de ellas, creo que exagero.

Previo al tope, con el que terminaría la sesión, el mayor dijo: me parece que “algunos” no van a volver; así que, para que recuerden siempre su entrenamiento, vamos a “toparlos con cariño”.

Después del duchazo, vino el abrazo y el viril “por supuesto que vengo pasado mañana, ahora retomo para siempre”.

Llegué a casa con hambre y sed; así que comí y bebí, feliz. Me fui a la cama y me quedé dormido instantáneamente. A la mañana siguiente, al despertar, cuando quise levantarme, el cuerpo me espetó “ni te atrevas”; un dolor que abarcaba hasta a mi alma me arrancó un gemido que cualquiera hubiera confundido con una manifestación de placer. “Desalmado” (acepción personal: dícese cuando el alma se queda en la cama), me arrastré como pude a la ducha y me di un baño caliente; fui a la cocina y sólo pude hacer café; llamé a una farmacia y pedí que me trajeran unos desinflamantes musculares. Volví a la cama y mirando al techo recité: “Soy un hombre de paz... no quiero ser un arma”. Estuve así por unos ocho o nueve días y con secuelas por más de un mes.