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viernes, 25 de marzo de 2022

Reencuentro con los Katos

Podría decirse que por un año (poco más, poco menos), nos vimos forzados al aislamiento, a la virtualidad; así que, volver a ver a la familia, los amigos; volver a algunas actividades cotidianas: el trabajo presencial, los estudios en equipo, el ocio compartido; nos devolvió la vida, aún no plena, pero si auspiciosa.

Impulsado por tanta vida contenida me aventuré a algunos reencuentros. Algunos, cercanos en el tiempo: el teatro, el cine; otros, un poco lejanos: la pichanga. Pero el reencuentro con los Katos fue una mala idea. No se conformaron con el saludo, con el abrazo fortísimo. Acordaron incluir a los que no nos veían hacía mucho en la siguiente reunión de entrenamiento. Entonces la idea me pareció fantástica y el día y hora señalado acudí animoso y resuelto.

La sesión comenzó como lo recordaba, poniéndonos algo cómodo: un pantaloncillo y una camiseta. Pero ahora, short y polos de marca.

Cada uno tomó un lugar y comenzamos haciendo estiramientos, saltos, piques... para calentar, durante unos 10 minutos. El mayor se puso al frente, inclinó la cabeza y recitó (el texto es un poco extenso; aquí, anoto un fragmento):

Soy un hombre de paz,
la imprudencia es mi único enemigo,
pero si es cuestión de vida o muerte
mi seguridad o la de los míos,
aquí estoy.
[…]
No tengo armas,
yo soy el arma.

Cada frase fue repetida por todos, como una oración.

Hacía muchísimos años que no lanzaba puñetes, patadas; ni hacía bloqueos, barridos, derribos, etc.; menos, planchas y abdominales a cada cambio de serie. En consideración a los que volvíamos después de mucho tiempo, las series eran sólo de 200 repeticiones; si digo que hice el 30% de ellas, creo que exagero.

Previo al tope, con el que terminaría la sesión, el mayor dijo: me parece que “algunos” no van a volver; así que, para que recuerden siempre su entrenamiento, vamos a “toparlos con cariño”.

Después del duchazo, vino el abrazo y el viril “por supuesto que vengo pasado mañana, ahora retomo para siempre”.

Llegué a casa con hambre y sed; así que comí y bebí, feliz. Me fui a la cama y me quedé dormido instantáneamente. A la mañana siguiente, al despertar, cuando quise levantarme, el cuerpo me espetó “ni te atrevas”; un dolor que abarcaba hasta a mi alma me arrancó un gemido que cualquiera hubiera confundido con una manifestación de placer. “Desalmado” (acepción personal: dícese cuando el alma se queda en la cama), me arrastré como pude a la ducha y me di un baño caliente; fui a la cocina y sólo pude hacer café; llamé a una farmacia y pedí que me trajeran unos desinflamantes musculares. Volví a la cama y mirando al techo recité: “Soy un hombre de paz... no quiero ser un arma”. Estuve así por unos ocho o nueve días y con secuelas por más de un mes.

miércoles, 26 de enero de 2022

“Tips” para leer

Me han escrito solicitando guías, trucos, tips, de lectura veloz.

En un primer momento decidí desentenderme del asunto; pero como el correo electrónico traía anexado un volante que publicitaba unas lecciones de lectura cuántica, intrigado, respondí preguntando “cuántico” costaba el curso.

Mientras llegaba la respuesta; un par de cuestiones comenzó a darme vueltas en la cabeza: qué estudios sobre el átomo y o enlaces químicos habrían realizado en el cerebro; interacciones de la luz con las partículas–ondas y las ondas–partículas, en el ojo. Volví a revisar el volante y no encontré nada al respecto, sólo un eslogan: Lea miles de palabras por minuto.

Me temo que, así como cualquiera sentencia en asuntos relacionados a la conducta humana sin haber pasado ni por la puerta de una facultad de psicología, ahora sucederá lo mismo con la física.

Nuestro gran defecto: postergar la ejecución de las cosas. Hoy en día, además, queremos que las cosas se hagan casi sin hacer nada. Los centros de formación profesional lo ofrecen: sé exitoso, estudia una carrera de 5 años en 3. Hay otra, por ahí, que oferta hacerlo en 2 años.

Permítaseme una digresión: no conozco ningún caso de atleta de élite que haya logrado serlo sin un trabajo sacrificado; mas bien, el esfuerzo constante ha posibilitado el éxito a individuos que, por su biotipo, parecían destinados al fracaso. En el campo de la ciencia, Stephen Hawking es un ejemplo admirable. Y en el arte, nada puede sustituir al trabajo duro, es la única forma de conseguir ser un buen artista. Y no estoy hablando de ganar plata, para eso se necesita ser sagaz; generalmente, un atleta, un científico o un artista no lo es.

Habrá escuchado o leído que correr unos 30 minutos diarios es bueno para la salud: ayuda a controlar el peso, tonifica los músculos, fortalece el corazón, etc. Tal vez, hasta lo ha intentado uno o dos días para, luego, dejar olvidados buzos y zapatillas en un rincón.

Quizá, lo mismo le pasó con la lectura (que mejora el conocimiento, la memoria, estimula el razonamiento, el pensamiento crítico, la confianza, etc.). A lo mejor, hasta compró los 100 libros que todos deben leer antes de morir; pero como quiere postergar su muerte, aún no los lee.

No soy experto en la materia, pero compartiré mi parecer sobre el asunto. Poner en movimiento algo cuesta trabajo. Luego, ya en acción, el esfuerzo requerido es menor.

Si tiene una vida sedentaria, pero quiere mejorar su salud saliendo a correr 30 minutos diarios, comience por caminar en un terreno llano durante dos o tres semanas. Luego, intervalos: corra un minuto a una intensidad moderada y camine dos minutos, hasta completar la media hora, durante dos o tres semanas. Si paulatinamente incrementa el tiempo que corre y disminuye el que camina, en dos o tres meses seguramente estará corriendo con relativa facilidad aún en terrenos con subidas y bajadas.

Con la lectura pasa algo parecido. Si no tiene costumbre de hacerlo, no comience con Crimen y castigo de Fiodor Dostoyevski, Los miserables de Víctor Hugo o Madame Bovary de Gustave Flaubert; así su mejor amigo le haya regalado Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa o La Insoportable Levedad Del Ser de Milan Kundera (si su amigo leyera no se los hubiera regalado), no se lance a la aventura de leerlos.

Para comenzar a correr, decíamos: caminar en un terreno llano. Para empezar a leer disponga de 30 minutos y elija algo que le interese, por muy banal que le parezca; de eso que eligió, lea, digamos 3 párrafos, 3 veces; al terminar, cuéntele a alguien lo que ha leído, como si hubiera ido al cine y le cuenta la película a un amigo; si no tiene a quién, a su amigo invisible. Luego, como al correr, pasadas unas semanas, aumente los párrafos a leer y disminuya las relecturas. 

Al leer, olvídese de la velocidad. Al comienzo, cuanto más rápido lea, más superficial será su comprensión. Se frustrará y creerá que pierde el tiempo o que nació con una discapacidad genética para la lectura.


Adquiera el hábito. Si es constante, le garantizo que en unos dos o tres meses se estará riendo de la jerga pretenciosa con la que muchos “académicos” buscan impresionar más que ilustrar.

miércoles, 12 de enero de 2022

REENCUENTRO

Con unos amigos, alrededor de unos vinos, queso y pan, conversaba sobre estos tiempos del C19. Recordábamos a los que se fueron, felicitábamos a los que se recuperaron y nos congratulábamos de estar, ya, vacunados. Pero uno, un muchachón de unos cuarenta, haciendo un gesto de desaprobación, dijo: yo no me vacuno.

No acostumbro hacer proselitismo, así que no sé qué me llevo a darle mis razones mencionándole el bien que las vacunas habían echo a la humanidad: la viruela ya no existe, el sarampión está controlado, la poliomielitis está por erradicarse; la lucha contra el tétanos, hepatitis, neumococo, influenza, etc. etc. marcha muy bien...

Me interrumpió alegando: ¡Todas esas vacunas se tardaron años en hacerse! ¡No como éstas que las han hecho en meses! Todas son experimentales, no quiero que experimenten conmigo.

A ver, le dije: hace algunos años, cuando era joven, publicar un folleto en blanco y negro me llevaba algunos días; permíteme hacer un recuento muy sucinto. Para comenzar, mecanografiaba el texto; si usaba imágenes o diseñaba un tipo especial de letra para una “llamada”, encargaba un cliché en una fotomecánica; luego, entregaba todo a la imprenta para que ahí, con tipos móviles, preparen las galeras (unas planchas de lo que yo quería impreso, pero invertido); después que pasaban las galeras por la prensa, me enviaban el machote para que lo revise, etc. etc. Hoy en día, preparar un tríptico como ese, y en color, podría llevarme sólo algunas horas y obtener un resultado muchísimo mejor. La ciencia ha avanzado, la tecnología también. Lo que antes tardaba años, hoy se puede hacer en meses.

Se quedó mirándome; luego a los otros, como buscando apoyo. Finalmente dijo: no quiero que Bill Gates me controle con ese chip que meten con la vacuna. Ante ese argumento, decidí no insistir. Pero su padre, que departía con nosotros, como elevando una oración, exclamo: ¡Bill, por favor, si puedes hacer eso, yo hago que lo vacunen y tú lo haces trabajar! El susodicho, ofendido, decidió marcharse. Mientras lo veíamos perderse por una callecita angosta (esa que me había llevado tantas veces a Claudine), cuatro locos, artistes de rue, alzamos nuestras copas y entonamos: […] La bohème, la bohème / On était jeunes, on était fous / La bohème, la bohème / Ça ne veut plus rien dire du tout...

Qué recuerdos. Si, la bohemia era la felicidad.