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miércoles, 5 de julio de 2023

El espíritu de lăo hŭ

Hace algunos años, casi cuarentaicinco, me encontraba disfrutando un café en el Tívoli (quedaba en la Colmena, a media cuadra de la plaza San Martín) cuando un amigo, medio en broma medio en serio, me preguntó por qué no participaba en torneos de «Vale tudo» (una forma antecesora de las actuales competencias de artes marciales mixtas). Asombrado, le pregunté: –¿Quieres que me maten? Extrañado me retrucó, mientras gesticulaba simulando unos golpes con el canto de la mano: –Pero, ¿no eres estudiante de…?

Por esos días existía el mito que presentaba a los practicantes de lo que ahora llaman genéricamente artes marciales como buenos luchadores, así que cuando se enteraban que practicaba con ellos, invariablemente suponían que debía pelear bien; como no había forma de convencerlos de lo contrario optaba por guardar silencio porque cuando cedía a la tentación de dar una explicación no me escuchaban realmente, estaban seguros de que todo se trataba de romper huesos y ligamentos, nada más.

Pues no.

Una de las características de las artes marciales es que son «inútiles»; porque si de defensa personal se trata, tal vez es mejor comprar un arma y aprender a usarla. Como filosofía de vida, peor, porque contradice cualquier ley del éxito. Estando así las cosas, hablar de ellas también debe ser totalmente vano.

Entonces, ¿para qué sirven las artes marciales? Pues para estar saludable, qué mejor propósito; pero sobre todo para alcanzar un estado mentalmente claro y emocionalmente sereno; amén de cultivar la paciencia, la compasión, el perdón…

Esto de la claridad y la serenidad es muy complicado. Un día que estaba batallando con eso el maestro me llevó ante un espejo y me ordenó moverme distinto a mi imagen; no cuestioné la orden por no enojarlo. Después de una hora, cuando estaba agotado de intentarlo, me dijo: no puedes porque el espejo «no planea», sólo «está atento». Entonces le dio un golpe en el centro y estrelló el espejo: ahora sí, porque está como tu cabeza, con «muchas ideas».

A ver, por partes, «arte» remite a una destreza, habilidad, conocimiento de unas técnicas para hacer algo y «marcial» a la actividad militar: la guerra. La virtud principal de un guerrero es que sabe cuándo debe iniciar o no una confrontación, porque iniciarla es ir a la frontera que separa la vida y la muerte.

Las artes marciales no hace invencible a nadie, sólo la mejor versión de cada quien; y ésta puede incluir la capacidad de proteger la vida si es necesario; su filosofía, de respeto irrestricto a todos, sugiere una forma de vivir. En síntesis: forja tigres temidos por los cazadores.

Dicho lo dicho, me iré caminando en silencio por esa calle infinita; con el corazón cobijado por el espíritu de lăo hŭ

1 comentario:

Guillermo Saravia dijo...

Interesante la aclaración/reflexión. Es cierto que uno cree más la idea de la acción punitiva como primera razón, siendo la que propones (la del autocontrol, serenidad, equilibrio emocional) el real sentido.