Hace unos días, departiendo con unos amigos, recordábamos cómo nos conocimos unos a otros. La charla, que había tomado un giro artificial, solemne, iba en esa línea hasta que Gabriel contó que conoció a su mujer el día que ella le gano, por puesta de mano, el libro que él estaba buscando. ¡Te casaste por un libro! lo vacilamos. ¿Dónde fue eso? Preguntamos. En 'Época', del ovalo Gutiérrez, remató entre risotadas.
Por eso, cuando me tocó, sin esfuerzo recordé que... Sophie tardaba; que mientras esperaba admirando la ciudad desde las escalinatas del Sacré Coeur, recordaba en silencio la canción de Brassens que habíamos repetido tantas veces la noche anterior celebrando la muestra de Didier: Au village, sans prétention / J'ai mauvaise réputation / Qu'je me démè-ne ou que je reste coi / Je passe pour un je-ne-sais-quoi / Je ne fait pourtant de tort à personne / En suivant mon chemin de petit bonhomme…
Cuando llegó, agitada, disculpándose de muchas maneras; traía el cabello mojado. Abriendo la cartera, que llevaba a la bandolera, extrajo tres libros:
—Son los únicos que tengo, en español.
—Te perdono la tardanza.
—¡Gracccias! ―Respondió haciendo una venia con una amplia sonrisa.
La tarde transcurría mientras charlábamos recordando la noche anterior, hasta que, de pronto, como si cayera en cuenta de algo:
—¿Aún no has leído estos libros, no? ¿O sólo fue una escusa?
—Lo segundo, pero también me interesan los libros; apenas picoteo dos palabras en francés y de leer, nada.
— ¿Cuáles dos palabras?
— Merci mon amour
— Ça fait trois, tres
Caía el sol cuando fuimos en busca de un café. Sentados a una mesa, abrí uno de los libros y, al azar, leí: Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno. No pude continuar una conversación coherente, me embargó una imperiosa necesidad de seguir leyendo. Salimos de la cafetería y comenzamos a deambular por Montmartre. Después de un rato, Sophie protestó: ―Estás distraído, quieres hacer otra cosa ―tras una sonrisa cómplice que iluminó su rostro. ―Vamos pues.
Han pasado muchos años desde entonces. Hace unos días me enteré de la muerte de Milan Kundera y recordé aquel libro que me prestó Sophie. Después: La broma, La vida está en otra parte, La despedida.
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