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viernes, 5 de mayo de 2023

H₂O

Me encontraba de visita cuando quise beber un poco de agua. Pregunté entonces a mi anfitriona si el agua del caño procedía directamente del medidor del servicio. Al preguntarme el porqué, le dije que tenía sed. Lamentando no tener agua hervida, me ofreció salir a comprar una gaseosa. Como yo insistí en mi pregunta, me dijo que sí, que la red de su domicilio se surtía directamente de la red pública, sin cisternas o reservorios de por medio. Entonces, tomé un vaso, me serví agua del caño y bebí ante su atónita mirada.

¿Por qué todo este intríngulis?

Durante el primer gobierno de Alan García ocurrió un incidente con el agua potable que se surtía a Lima: SEDAPAL distribuyó agua fétida. Episodio que los opositores al gobierno no dejaron pasar, sentenciando: «el agua está contaminada con heces». No dijeron huele a huevo podrido o hidrógeno sulfúrico, no; dijeron tiene caca, directamente. El «populorum», descontento (para variar) con el gobierno que había elegido, lo asumió como cierto. Nadie se hizo preguntas básicas como, por ejemplo, ¿cuántas toneladas de excremento serían necesarias para que el agua de todo Lima adquiera olor a huevo podrido? Apuesto a que con una tonelada no sería suficiente. Claro que el agua se contaminaría, pero con unas horas de venteo probablemente sería inodora. Pero ese no fue el caso.

¿Qué fue lo que pasó? La explicación era muy simple, pero a nadie, o a muy pocos, le interesó hacerla; además, a la oposición, el incidente le producía excelentes réditos políticos. El gobierno de entonces pasaba por malos momentos en todos los frentes (político, social, económico); en esas circunstancias se produjo una escasez de agua potable en Lima. Los reservorios se encontraban en su nivel crítico de almacenamiento. Para no agravar las cosas, agregando a la escasez de alimentos la falta de agua, distribuyeron el agua que se encontraba por debajo de esos niveles (y/o recién tratada), sin ventear. Era agua potable, apta para consumo humano, pero portadora de sedimentos.

Alberto Brandolini, en su principio de asimetría de la estupidez, dice: «la energía necesaria para refutar una falsedad o estupidez es mayor que la necesaria para producirla». Imagino que por eso nadie se dio a la tarea de explicar el asunto. Y la leyenda sobrevive como una «verdad».

El año 2011 publiqué un artículo; en él, el siguiente párrafo:

[…] Alejandro Dumas dice, en Los mohicanos de París, «cherchez la femme». Yo lo parafrasearía sin ningún empacho así: rechercher le bénéficiaire. Esa es la cuestión: ¿quién se beneficia? Hace muy pocos años una universidad inglesa hizo una investigación sobre la contaminación; concluyó que embotellar agua (una botella) contamina más que un automóvil viejo haciendo un recorrido de ochenta kilómetros. Otra investigación encontró que una población africana sufría de sed teniendo agua abundante a muy poca distancia. ¿Por qué? Se habían acostumbrado a beber sólo agua embotellada. ¿Y qué es el agua embotellada? Eso que no queremos beber del caño: agua potable. […] ¿No me cree? Hace poco se suscitó un escándalo en USA: un altísimo porcentaje del agua envasada era de la red doméstica y vendida un 1900% más cara.

Ya el gran Iván Petróvich Pavlov nos habló del reflejo condicionado. Mucho me temo que en este asunto estamos dejando que nos traten como a perros.

En Lima, 1000 litros de agua potable cuestan 2.83 soles. Una regla de tres simple nos dice que 0.75 litros (medida de una botella) costarían 0.0021225 de sol. O sea, con un sol podría comprar, redondeando, 353 litros de agua que fácilmente llenarían 471 botellas de 0.75 litros. A ver, ¿cuánto por ciento más pagan los bebedores de agua embotellada? Aquí tienen todos los datos, les dejo la tarea, usen la regla de tres.

Si el agua procede directamente de la red pública, beba con confianza; pero si proviene de la cisterna del edificio, aquella que limpian y desinfectan tarde, mal y nunca, probablemente esté contaminada; entonces, proceda a hervirla antes de beberla.

viernes, 25 de marzo de 2022

Reencuentro con los Katos

Podría decirse que por un año (poco más, poco menos), nos vimos forzados al aislamiento, a la virtualidad; así que, volver a ver a la familia, los amigos; volver a algunas actividades cotidianas: el trabajo presencial, los estudios en equipo, el ocio compartido; nos devolvió la vida, aún no plena, pero sí auspiciosa.

Impulsado por tanta vida contenida, me aventuré a algunos reencuentros. Algunos, cercanos en el tiempo: el teatro, el cine; otros, un poco lejanos: la pichanga. Pero el reencuentro con los Katos fue una mala idea. No se conformaron con el saludo, con el abrazo fortísimo. Acordaron incluir a los que no nos veían hacía mucho en la siguiente reunión de entrenamiento. Entonces la idea me pareció fantástica y el día y hora señalado acudí animoso y resuelto.

La sesión comenzó como lo recordaba, poniéndonos algo cómodo: un pantaloncillo y una camiseta. Pero ahora, short y polos de marca.

Cada uno tomó un lugar y comenzamos haciendo estiramientos, saltos, piques... para calentar, durante unos 10 minutos. El mayor se puso al frente, inclinó la cabeza y recitó (el texto es un poco extenso; aquí anoto un fragmento):

Soy un hombre de paz, la imprudencia es mi único enemigo, pero si es cuestión de vida o muerte, mi seguridad o la de los míos, aquí estoy. […] No tengo armas, yo soy el arma.

Cada frase fue repetida por todos, como una oración.

Hacía muchísimos años que no lanzaba puñetes, patadas; ni hacía bloqueos, barridos, derribos, etc.; menos, planchas y abdominales a cada cambio de serie. En consideración a los que volvíamos después de mucho tiempo, las series eran sólo de 200 repeticiones; si digo que hice el 30% de ellas, creo que exagero.

Previo al tope, con el que terminaría la sesión, el mayor dijo: me parece que “algunos” no van a volver; así que, para que recuerden siempre su entrenamiento, vamos a “toparlos con cariño”.

Después del duchazo, vino el abrazo y el viril “por supuesto que vengo pasado mañana, ahora retomo para siempre”.

Llegué a casa con hambre y sed; así que comí y bebí, feliz. Me fui a la cama y me quedé dormido instantáneamente. A la mañana siguiente, al despertar, cuando quise levantarme, el cuerpo me espetó: “ni te atrevas”; un dolor que abarcaba hasta a mi alma me arrancó un gemido que cualquiera hubiera confundido con una manifestación de placer. “Desalmado” (acepción personal: dícese cuando el alma se queda en la cama), me arrastré como pude a la ducha y me di un baño caliente; fui a la cocina y sólo pude hacer café; llamé a una farmacia y pedí que me trajeran unos desinflamantes musculares. Volví a la cama y mirando al techo recité: “Soy un hombre de paz... no quiero ser un arma”. Estuve así por unos ocho o nueve días y con secuelas por más de un mes.

miércoles, 26 de enero de 2022

“Tips” para leer

Me han escrito solicitando guías, trucos, tips, de lectura veloz.

En un primer momento decidí desentenderme del asunto; pero como el correo electrónico traía anexado un volante que publicitaba unas lecciones de lectura cuántica, intrigado, respondí preguntando “cuántico” costaba el curso.

Mientras llegaba la respuesta, un par de cuestiones comenzó a darme vueltas en la cabeza: qué estudios sobre el átomo y o enlaces químicos habrían realizado en el cerebro; interacciones de la luz con las partículas–ondas y las ondas–partículas, en el ojo. Volví a revisar el volante y no encontré nada al respecto, sólo un eslogan: “Lea miles de palabras por minuto”.

Me temo que, así como cualquiera sentencia en asuntos relacionados a la conducta humana sin haber pasado ni por la puerta de una facultad de psicología, ahora sucederá lo mismo con la física.

Nuestro gran defecto: la procrastinación. Hoy en día, además, queremos que las cosas se hagan casi sin hacer nada. Los centros de formación profesional lo ofrecen: “sé exitoso, estudia una carrera de 5 años en 3”. Hay otra, por ahí, que oferta hacerlo en 2 años.

Permítaseme una digresión: al igual que un atleta no alcanza la élite sin entrenamiento, o Hawking no revolucionó la física sin dedicación, la lectura requiere práctica constante, no atajos.

Habrá escuchado o leído que correr unos 30 minutos diarios es bueno para la salud: ayuda a controlar el peso, tonifica los músculos, fortalece el corazón, etc. Tal vez, hasta lo ha intentado uno o dos días para, luego, dejar olvidados buzos y zapatillas en un rincón.

Quizá, lo mismo le pasó con la lectura (que mejora el conocimiento, la memoria, estimula el razonamiento, el pensamiento crítico, la confianza, etc.). A lo mejor, hasta compró los 100 libros que todos deben leer antes de morir; pero como quiere postergar su muerte, aún no los lee.

No soy experto en la materia, pero compartiré mi parecer sobre el asunto. Iniciar algo requiere esfuerzo, pero una vez en marcha, el trabajo se hace más fácil.

Si tiene una vida sedentaria, pero quiere mejorar su salud saliendo a correr 30 minutos diarios, comience por caminar en un terreno llano durante algunas semanas. Luego, intervalos: corra un minuto a una intensidad moderada y camine dos minutos, hasta completar la media hora, durante un par de semanas. Si paulatinamente incrementa el tiempo que corre y disminuye el que camina, en dos o tres meses seguramente estará corriendo con relativa facilidad aún en terrenos con subidas y bajadas.

Con la lectura pasa algo parecido.

Si no tiene el hábito de leer, no empiece con clásicos densos como Crimen y castigo o Los miserables. Incluso si su mejor amigo le regaló Conversación en La Catedral (si leyera no se lo hubiera regalado), evite lanzarse a ellos.

Para comenzar a correr, decíamos: caminar en un terreno llano. Para empezar a leer disponga de 30 minutos y elija algo que le interese, por muy banal que le parezca; de eso que eligió, lea, digamos 3 párrafos, 3 veces; al terminar, cuéntele a alguien lo que ha leído, como si hubiera ido al cine y le cuenta la película a un amigo; si no tiene a quién, a su amigo invisible. Luego, como al correr, pasadas unas semanas, aumente los párrafos a leer y disminuya las relecturas.

Al leer, olvídese de la velocidad. Al comienzo, cuanto más rápido lea, más superficial será su comprensión. Se frustrará y creerá que pierde el tiempo o que nació con una discapacidad genética para la lectura.

Adquiera el hábito. Con constancia, en pocos meses no solo leerá mejor, sino que verá tras la pomposidad de quienes confunden complejidad con profundidad.



miércoles, 12 de enero de 2022

REENCUENTRO

Con unos amigos, alrededor de unos vinos, queso y pan, conversaba sobre estos tiempos del C19. Recordábamos a los que se fueron, felicitábamos a los que se recuperaron y nos congratulábamos de estar, ya, vacunados. Pero uno, un muchachón de unos cuarenta, haciendo un gesto de desaprobación, dijo: —Yo no me vacuno.

No acostumbro a hacer proselitismo, así que no sé qué me llevó a darle mis razones mencionándole el bien que las vacunas habían hecho a la humanidad: la viruela ya no existe, el sarampión está controlado, la poliomielitis está por erradicarse; la lucha contra el tétanos, hepatitis, neumococo, influenza, etc., etc., marcha muy bien...

Me interrumpió alegando: —¡Todas esas vacunas se tardaron años en hacerse! ¡No como estas que las han hecho en meses! Todas son experimentales, no quiero que experimenten conmigo.

—A ver —le dije—: hace algunos años, cuando era joven, publicar un folleto en blanco y negro me llevaba algunos días; permíteme hacer un recuento muy sucinto. Para comenzar, mecanografiaba el texto; si usaba imágenes o diseñaba un tipo especial de letra para una “llamada”, encargaba un cliché en una fotomecánica; luego, entregaba todo a la imprenta para que ahí, con tipos móviles, preparen las galeras (unas planchas de lo que yo quería impreso, pero invertido); después que pasaban las galeras por la prensa, me enviaban el machote para que lo revise, etc., etc. Hoy en día, preparar un tríptico como ese, y en color, podría llevarme solo algunas horas y obtener un resultado muchísimo mejor. La ciencia ha avanzado, la tecnología también. Lo que antes tardaba años, hoy se puede hacer en meses.

Se quedó mirándome; luego a los otros, como buscando apoyo. Finalmente dijo: —No quiero que Bill Gates me controle con ese chip que meten con la vacuna. Ante ese argumento, decidí no insistir. Pero su padre, que departía con nosotros, como elevando una oración, exclamó: —¡Bill, por favor, si puedes hacer eso, yo hago que lo vacunen y tú lo haces trabajar! El susodicho, ofendido, decidió marcharse. Mientras lo veíamos perderse por una callecita angosta (esa que me había llevado tantas veces a Claudine), cuatro locos, artistes de rue, alzamos nuestras copas y entonamos: «[…] La bohème, la bohème / On était jeunes, on était fous / La bohème, la bohème / Ça ne veut plus rien dire du tout...»

¡Qué recuerdos! Sí, la bohemia era la felicidad.