Contraviniendo las indicaciones de mi médico, me encontraba disfrutando plácidamente de un cappuccino en el Café de la Paz cuando un amigo, actor, se presenta y sin más trámite me pregunta:
— ¿Por qué tendría que estudiar mimo?
— ¡Porque te da la gana!
— En serio — insiste
— Hablo en serio
Entonces, se sienta, pide un café y me mira esperando, claramente, una respuesta. Sin más alternativa le digo, citando a alguien que él conoce:
— En su momento, el más socorrido referente contemporáneo de la expresión corporal, el maestro húngaro Rudolf Von Laban, dijo que el teatro se desarrolló a partir del mimo como representación de movimientos interiores por medio de movimientos exteriores. Opinaba que demasiadas palabras y demasiada música podían arrojar sombras sobre la verdad de ese despliegue de esfuerzos, que el interprete desarrolla por medio de sus acciones físicas. Por su parte, Denis Diderot: “No se puede representar sin mimo… Del mimo dependerá la duración de las escenas y tomará color todo el drama... El mimo es el cuadro que existía en la fantasía del poeta cuando escribía...”
— ¡Ya! ¿Dónde das clases?
— En la ENSAD
— Mejor en mi casa…
Pide la cuenta y me propone horarios…
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