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sábado, 13 de noviembre de 2021

Comenzando mi etapa yin

Una persona que piensa todo el tiempo, no tiene más en qué pensar que en los pensamientos mismos, de esta manera pierde el contacto con la realidad y está destinado a vivir en un mundo de ilusiones.
Alan Watts.


Toda mi época escolar usé el llamado uniforme comando, aquél de dril sanforizado y color caqui. Tenía sólo uno, así que los sábados por la tarde lo lavaba y almidonaba; lo planchaba el domingo. Como en invierno demoraba en secar, el lunes, desde las cinco de la mañana, apresuradamente lo asentaba cuidando de hacer bien la raya del pantalón. Ese día «hacíamos formación», cantábamos el himno nacional y el instructor de IPM pasaba revista; nadie quería ser «satélite[1]».

A veces, cuando no tenía dinero para comprar almidón, planchar el uniforme era más complicado porque mientras asentaba una parte se ajaba otra. Sin almidón, la corbata quedaba como el «casimir» de Cantinflas, sólo que en nuestro caso pendía del pescuezo. En resumen, el castigo era seguro. Además, en un uniforme sin almidón la suciedad se impregnaba más y los sábados la tarea del lavado se multiplicaba. Por eso, cuando un profesor nos explicó cómo extraer el almidón de una papa, volví a casa y rallé unas, le agregué agua y colé todo con una tela; luego de unos segundos se asentó la fécula. Nunca más volví a llevar el uniforme sin almidonar.

Después, cuando el tema de clase fue la saponificación, quise hacer jabón; pero los vecinos me interrumpieron quejándose del olor nauseabundo que emitía la grasa de res que estaba derritiendo para conseguir sebo puro.

Creo que estaba en segundo año cuando el profesor nos mostró un electroimán y nos explicó cómo estaba hecho: un núcleo de hierro cubierto con muchas vueltas de un alambre de cobre. ¡Fácil! Llegué a casa, tomé una barra que consideré de hierro, lo envolví repetidas veces con un alambre que extraje de un conductor eléctrico, uní los extremos en un enchufe y lo conecté al tomacorriente; sobrevino un fogonazo y el barrio se quedó sin luz. Nunca más volví a «experimentar» con la energía eléctrica tan a la ligera.

Por esa época, conseguí tubos de ensayo, matraces, pipetas… y elaboré anhídridos, ácidos. Todo esto en el colegio.

Antes de la pandemia mi inclinación por el lado práctico de las cosas era mayor que el teórico. La reflexión, por la reflexión misma, no era una instancia en la que me deleitara.

Pero estos últimos tiempos ingresé a mi etapa «yin». Me di cuenta hoy al devolver una cámara web que no funcionaba correctamente. Eso me perturbó mucho. No sólo que estuviese defectuosa sino el pensar en el proceso de la devolución. La compré el viernes y por algún motivo que no alcanzo a definir me pasé el sábado y domingo especulando en los problemas que, tal vez, me iba a plantear el vendedor para devolverme mi dinero o cambiar el aparato. Se me ocurría que me planteaba un sin fin de trabas y por supuesto lucubraba otras tantas respuestas mías como soluciones. Finalmente el asunto fue sencillo: fui al lugar donde compré el artefacto; el vendedor me reconoció y muy solicito atendió mi reclamo; me ofreció disculpas por el inconveniente y me dio una cámara mejor. Casi me sentí mal, le dije que no quería perjudicarlo, pero… Me interrumpió diciéndome que no había problema, que lo iba a devolver al proveedor; que me daba una cámara de una marca superior, por el mismo precio, para compensarme por la molestia que había sufrido.

¿Para qué me rompí el coco todo el fin de semana? No sé.




[1] Así se llamaba el castigo que consistía en correr, con los brazos en alto, alrededor del instructor, mientras él pasaba revista o rondaba por el colegio. En una oportunidad lo vi con 9 satélites.

jueves, 21 de octubre de 2021

On line

Ésta no es una lección.
Es mi manera de aprender.

Hace unos años, en un colegio, vi a dos niños leyendo un libro durante el recreo. De pronto, uno de ellos comenzó a picar con el dedo, repetidamente, en una página. Al detenerse dijo: no abre el «link», y se echaron a reír. Esta broma portaba una verdad: los niños de ahora leen de manera omnidireccional.


TESTIMONIO

Hace poco me preguntaban cómo me iba dictando clases de manera remota. Pues la verdad me resulta muy complicado enseñar, de manera sustancial, a distancia.

A muchos tal vez les parezca una tarea fácil. Total, las computadoras están en nuestras casas y es de uso cotidiano; sabemos encenderla y usarla como a una máquina de escribir o, cuando ingresamos a la web, como a un televisor con muchísimos canales.

Tengo la impresión de que cuando se presentó esta condición existencial eran muy pocos, en el área de la educación, los que estaban preparados para asumir esta tarea; otros, entre los que creo puedo incluirme, teníamos conocimiento de cómo obrar, pero como dice el dicho: una cosa es saber cómo se hace y otra hacerlo. Y un tercer grupo, mayoritario, apresuradamente, trató de salvar la situación como podían.

Los únicos que estaban verdaderamente preparados para una circunstancia como ésta eran los jóvenes estudiantes; porque para ellos, este medio es parte de su saber ordinario; mientras que, para nosotros, los profesores: no. Un símil: es como si yendo con expertos nadadores tuviéramos que atravesar un cuerpo de agua; ellos lo harían sin problemas mientras que, nosotros, no; porque ellos (nativos digitales) nacieron nadando y practican todos los días. Claro, podemos tomar apresuradamente clases intensivas de natación, pero nunca nadaremos con la destreza y mucho menos con la velocidad que ellos lo hacen.

Por suerte las restricciones ya están llegando a su fin, al menos esa es mi expectativa. Así que, tal vez podríamos permitirnos una suerte de borrón y cuenta nueva, pero sin olvidarnos de las lecciones, porque no habrá vuelta atrás por más presencial que vuelva a ser el dictado de clases. Ya ingresamos, aunque abruptamente, a la era de los canales artificiales de la comunicación.


REPASO

Aquí un breve recuento de lo que apresuradamente alcanzo a registrar, por el momento.

«Comenzar por aceptar que, mientras los alumnos viajan en automóviles de alta gamma, nosotros lo hacemos en bicicletas. Así que, si no queremos perderlos de vista, necesitamos saber, mínimo, además del tema a tratar, qué es un sistema operativo, una suite ofimática, programar, lenguaje cinematográfico y dominar una plataforma de videoconferencias».


EL SISTEMA OPERATIVO

Dejar de repetir, como loro, una marca: Windows.

«Windows» se ha convertido en un genérico como «Quaker», «Ayudín», «Kolynos». Pero mientras sabemos que la avena se vende también con otras nombres: Tres ositos, Santa Catalina… y lo mismo los otros productos; del sistema operativo, no. Imagino que porque no sabemos de qué se trata y no porque queramos incrementar las arcas de don Bill Gates.

Un sistema operativo es un programa que «administra» el funcionamiento de la computadora y todos los programas instalados en ella. Así como hay automóviles de distintas marcas, modelos y prestaciones, hay distintos sistemas operativos. El más popular, el que domina el mercado, es Windows de la empresa Microsoft de don Bill Gates, pero no es el único. Entre los más conocidos, para computadoras, se encuentran Mac OS X, Linux (en sus versiones Debian, Ubuntu, Red Hat, Fedora, CentOS…), Chrome OS y otros; y para smartphone y tablets: iOS y Android.


SUITES OFIMÁTICAS

De las llamadas «Suites ofimáticas», la más popular y más costosa es la que vende don Bill Gates: Microsoft Office. Pero tampoco es la única; hay alternativas, algunas más baratas y otras gratuitas que satisfacen cualquier exigencia escolar, universitaria o profesional.

Listaré algunas con los programas de edición de textos, hoja de cálculo y presentador de diapositivas más usados.

Suite
Editor DeHoja dePresentador de
TextosCálculoDiapositivas
OfficeWordExcelPowerPoint
iWorkPagesNumbersKeynote
LibreOfficeWriterCalcImpress
PageMakerText MakerPlan MakerPresentations

Todas funcionan más o menos igual. Como los automóviles, alguno será automático; otro, mecánico; alguno más bonito, más veloz, como un Ferrari; otro, más modesto, como un Beetle de VW; pero igual te llevará a tu destino.

Subrayo en mis notas: 

«Alentar a los alumnos a que usen los programas que estén a su alcance. No inducirlos a gastar un dinero, que tal vez no tienen, por comprar Office; porque al hacerlo nos convertimos en vendedor oficioso y gratuito de Microsoft. Sé que en nuestro medio se pueden adquirir copias piratas de esos programas, pero si vamos por ese camino olvidémonos de la ética y la moral».


PROGRAMAR

No se trata de desarrollar códigos si no de ordenar una secuencia de operaciones precisas que den solución a un problema: un algoritmo. En estos tiempos, no saber programar es como no saber leer ni escribir. Steve Jobs decía «programar enseña a pensar» porque obliga a tener claro el objetivo, pues en el proceso de programación las ambigüedades no tienen cabida.


LENGUAJE CINEMATOGRÁFICO

Sobre este asunto, muy, pero muy sucintamente, apenas para interesarnos y comenzar a estudiar, anoto: «el lenguaje cinematográfico es audiovisual». Un lenguaje que podemos atisbar pidiéndole a alguien que, sentado a la mesa, tome un café calmadamente mientras le observamos y, simultáneamente, escuchamos Una noche en el Monte Calvo de Modest Músorgski. Luego repetimos la acción, pero esta vez escuchando el Nocturno en Do sostenido menor de Frederic Chopin o Bagatela N° 25 en La menor para piano solo de Ludwig van Beethoven. En cada caso, lo que percibamos de ese momento, será distinto.

Vía un monitor, una pantalla de cine o televisión, los jóvenes pasan mucho tiempo frente a un encuadre, un esquema de interpretación que define su noción de espacio y tiempo; unos límites que seleccionan lo que percibe.

El lenguaje cinematográfico le es propio; tal vez no conozca su gramática, pero lo «lee», probablemente, mejor que al idioma con que se comunica.

En ese lenguaje, el ritmo, la intensidad con que el espectador percibe depende de cómo han sido filmados y luego ordenados los planos. Planos que, a menos que el cineasta sea un genio, no duran minutos sino sólo unos pocos segundos. ¡Pensar que pasamos una, dos y, a veces, más horas académicas esperando que nuestros alumnos estén atentos a nuestra cara y voz deformadas por una señal de internet débil o inestable!


INTERNET

«Contratar un servicio de internet eficiente»

En nuestro medio, la empresa que domina el mercado no brinda un buen servicio.


GOOGLE MEET, SKYPE, ZOOM, FACETIME…

Elegir una plataforma que sea compatible con las herramientas de los alumnos. Casi todas lo son; pero una podría tener alguna exigencia especial, descartar esa.

Adiestrarse y preparar a los alumnos en el uso de la plataforma elegida. Ellos lo van a hacer casi instantáneamente, nosotros no.

No pedir nunca a alguien que haga algo (un procedimiento) que nosotros no hayamos hecho antes, por muy simple que parezca.

Las máquinas no hacen lo que quieren, sólo responden al «comando» que utilizamos. Si algo no resulta como esperamos, averigüemos qué estamos haciendo mal.


LA DEL ESTRIBO

Con mucha frecuencia escucho decir que los jóvenes no leen, lo dicen séniores que se resisten a aprender a usar una computadora y leer en un monitor o en una tableta. Si queremos que los jóvenes lean, los libros para ellos no pueden seguir los cánones del libro impreso en papel.

viernes, 6 de agosto de 2021

Memes, cyberbullies, trolls...

Ayer, un par de amigos, a quienes conozco desde mi “cercana” infancia, se enfrascaron en una discusión a gritos frente a mi casa. Se decían de todo, como enemigos. Al principio me dije: deben estar borrachos; pero no, no lo estaban. ¿Sobre qué el asunto? Una nimiedad. ¿Quién tenía razón? Ninguno; según yo. Todo era ajos, cebolla, pimienta, harto ají e invocaciones a la madre del otro.

Eran amigos, no podían estar tratándose así; es más, eran mis amigos. Le quité el polvo a mis pergaminos de árbitro de artes marciales y salí a imponer la cordura, un poco de orden e instaurar la paz. Me mandaron a la pita que se rompió. Disgustado, volví sobre mis pasos decidido a olvidar a aquellas amistades.

De regreso, en casa, me instalé a la PC dispuesto a continuar con mis tareas cotidianas; intercambié ventanas: writer, impress… No. Me dije, primero algo de ocio para olvidar el mal rato. Abrí el “feis” y zas, un meme diciéndole zamba canuta a... Por supuesto con comentarios a favor y en contra, debidamente sazonados.

Escapando de un bochinche real, caía en uno virtual. Si acababa de cancelar la amistad de conocidos reales por qué tenía que soportar a unos virtuales, muchos de los cuales ni conocía. Me dispuse entonces a borrar “contactos”. Pero una voz interior o exterior, no lo sé, me dijo: no generalices.

Así que, correré el riesgo de que me vuelvan a remitir a la pita que...

¿Admiras u odias a alguien? Tendrás tus razones, pero no pretendas que comparta tu admiración u odio porque sí. ¿Quieres hacer de mi uno de tus prosélitos? No lo vas a conseguir reenviándome un meme.

Sucintamente, te cuento:

El 18 de julio de 1962, el general Ricardo Pérez Godoy derrocó a Manuel Prado Ugarteche. Lo recuerdo porque en la familia se armó un avispero. Un tío era odriista; otro, aprista; no faltaba el belaundista ni el comunista, que era recibido con aprehensión. Durante esas reuniones, chilcanos y ponches con licor de por medio, se hablaba de personas que no conocía, pero que sentía cercanas por la familiaridad con la que los tíos se expresaban de ellas. Lo único que los sacaba de esas acaloradas discusiones, uniéndolos en un brindis unánime, eran los triunfos de Mauro Mina. Desde entonces, por influencia de tíos y primos mayores, me he mantenido informado de la política doméstica. El año 1968, un 3 de octubre, otro general, Juan Velasco Alvarado, derrocó a Fernando Belaunde Terry. Por entonces, yo ya en tercero de media, quise ver de cerca las cosas para poder meter mi cuchara en las reuniones de casa y me di una vuelta por la plaza de armas. 

De jovencito traté de leer El Capital. Como la lectura de ese libro me resultaba complicada pedí ayuda a mis amigos marxistas. Ninguno lo había leído, pero eso no era óbice que los cohibiera de lanzar largas peroratas sobre el tema en cuanta oportunidad se presentase. El año 1977 leí En Cuba de Cardenal y Archipiélago Gulag de Solzhenitsin: uno, de los dos, tenía que ser ficción.

Así que, ya que Mao decía: “quien no ha investigado no tiene derecho a opinar”: aprovechando mi oficio me fui a trotar por el mundo. Visité Moscú en la era soviética, después, durante el mundial de futbol que organizó Rusia; Alemania (las dos), antes y después de la caída del muro; China, Corea. Aquí cerca, Argentina en tiempos de Videla, Chile de Pinochet (donde portar un texto como La dinámica de la revolución industrial podía meterte en problemas porque en el título decía revolución) y Brasil de Figueiredo. Y por supuesto, Perú de los últimos sesenta años. He conocido, visto, vivido; digamos algo, un poquito.

¿Necesito orientación? Bueno, ayúdame, pero con evidencias de lo que dices. Mientras tanto, no me “reenvíes” memes proselitistas denigrando a uno u otro. Cuando lo haces pienso que crees que tengo una discapacidad mental. No suelo dar crédito a las pruebas IQ porque me recuerda a la craneometría; pero si me tengo que atener a ellas para demostrar que soy capaz de hacer inferencias, derivaciones, conclusiones, etc. Dejando de lado la modestia, te informo que tengo un IQ arriba del promedio. El primer programa para PC, que desarrollé, lo hice en tres días sin saber nada de computadoras (aún sé poquísimo); averigüé lo que era un algoritmo en términos de programación, diseñé y codifiqué el algoritmo que solucionaba el problema y ya. Me pagaron bien.
 
Cuando quieras compartir un “meme” selecciona a tus amigos, a aquellos que sabes que van a disfrutar de él. El “feis” te da esa opción. Por mi parte; prometo no enviarte mensajes que digan que Alianza Lima es el mejor club peruano, para qué si eso lo sabe todo el mundo; ni uno que hable mal de tu club o cualquier otro. Tampoco sobre dogmas de fe; prometo no enviarte cadenas. ¿Y de política? Si estás enterado, agradeceré que me informes; pero si sólo es una conjetura, especulación o “noticia sin confirmar”, por favor, dispénsame. Equivocadamente, en mi opinión, se dice que el periodista tiene un mar de conocimientos con un centímetro de profundidad; pero recurro a esa metáfora para pedirte que, si sólo deambulas por las orillas de un mar como ese: exímeme.

sábado, 31 de julio de 2021

Cualquier tiempo pasado fue mejor

En un grupo de amigos solía bromear con quienes evocaban con nostalgia aquella copla de Jorge Manrique: “Cualquier tiempo pasado fue mejor”. No lo volveré a hacer. 

Cansado del pésimo servicio de Movistar, cancelé mi contrato con esa empresa, activé la TDT en mi televisor y me dispuse a ver un programa sobre deportes. Lo hice con mi mejor ánimo, pero los encargados de presentarlo rápidamente me hicieron añorar el pasado.

Los señores a cargo de los programas actuales demuestran que todo eso que peyorativamente atribuimos a las mujeres tenemos que reconsiderarlo. No, no es una característica de las mujeres; en todo caso, de algunas; como también de algunos dizques “periodistas”: hablan al mismo tiempo, no se escuchan, gritan; no informan, no conversan, no razonan; parlotean, murmuran, cuchichean, comadrean. Sin ningún respeto por el público; mientras uno de ellos permanece arrellanado y displicente, atento a su teléfono, el otro se desaliña sin esfuerzo; los acompañan otros que no hace falta citar. A estos caballeros; un coordinador, director o alguien, debería hacerles notar que si bien trabajan para una estación de radio, ésta también emite una señal de video.

Cualquier profesional, que se precie de serlo, se prepara teórica y técnicamente. Asumamos que cognitivamente están preparados, pero no tengo que esforzarse mucho para opinar que técnicamente no. Las competencias que deberían tener para ser considerados profesionales: impostación, dicción, propiedad y elegancia en el lenguaje, presencia, etc., están ausentes en estos señores. Mejorarían bastante si, para comenzar, tuvieran presente aquél viejo refrán: “cuando un burro rebuzna los demás paran las orejas”.

Como a muchos, les falta ambición. Se conforman con su mediocridad, de la que supongo creen liberarse criticando la mediocridad de otros. Hay que ser bien caradura para criticar una deficiencia en un deportista siendo un comunicador, locutor, con las carencias señaladas.

martes, 13 de julio de 2021

De "Líderes de opinión" e "influencer"

Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira
todo es según el color
del cristal con que se mira.

Ramón de Campoamor

Allá por los años 80, comenzando la década, dictaba clases en el Club de Teatro. Un día comenté que necesitaba cortarme el cabello. Zarelita, muy solicita, me dijo que por ahí cerca ofrecía sus servicios una muy buena peluquera. Tomé nota de la dirección y fui. Realmente era buena en su trabajo; así que, me convertí en un cliente más.

Y como suele suceder en estos casos, la cháchara cliente-peluquera, peluquera-cliente, se hizo confidencial. Un día, hablando de mi oficio, comenzamos a hablar de los actores. De pronto, recordó a un colega argentino afincado en Perú. Me contó que lo conoció cuando trabajaba en la peluquería de un reputado estilista de la época. El personaje, en mención, que ya lucía una avanzada calvicie, acudía a que le tiñan el cabello que le quedaba. Uno de esos días lo atendió ella. En un momento de la tarea se percató de que el tinte estaba manchando el cuero cabelludo del cliente. Muy preocupada, informó del asunto al estilista. El reputado coiffeur la calmó; le alcanzó una mota de algodón embebida en un poco de detergente de vajillas y la instruyó: “si te pregunta, dile que es un producto francés…” Así lo hizo. Entre risas, recordó que el actor había comentado que se sentía como una cacerola; y que se fue satisfecho.

La credibilidad del coiffeur había salvado el momento. Yo también hubiese creído lo que me dijese. Era el salón más prestigioso del país. Pero a cuento de qué viene todo esto, ¿Puro chisme? No.

Hasta hace muy poco eran los "líderes de opinión", ahora son los “influencer” los que moldean la conducta de los individuos. Como el gran coiffeur, éstos son vistos como alguien en quien se puede confiar (juicios, opiniones, etc.) y, por lo tanto, como ejemplos a seguir sin necesidad de evidencias que demuestren que lo dicho por estas personas es verdad. Pura confianza, creencia, esperanza en que lo que dicen es legitimo, cierto: fe.

Estos líderes de opinión y o influencer se aprovechan de nuestra necesidad de saber, estar al tanto, conocer las cosas. 

Neil deGrasse Tyson, astrofísico y divulgador científico, director del Planetario Hayden en el Centro Rose para la Tierra y el Espacio, dice: “La gente tiene una necesidad incontrolable de tener una respuesta para lo desconocido. Entonces pasa de una declaración totalmente ignorante a una declaración totalmente segura”.



viernes, 11 de junio de 2021

El secreto de la golondrina

Siendo estudiante, allá por los años setenta, tuve ocasión de conocer al maestro Soo Nam Yoo en casa de unos amigos. Al principio no sabía quién era él. Por su parte, el maestro Yoo, creyendo que yo era oriental, me preguntó si estudiaba algún arte marcial. Le dije que era peruano, que había practicado Gông Fu, pero que lo había dejado y que por entonces estaba estudiando. Me habló entonces del Si Pal Ki, arte que él enseñaba y que yo no conocía. Me invitó a sus clases. Se lo agradecí, pero abrumado ensayé una excusa ridícula: ya estoy viejo para comenzar un estilo nuevo. Sonrió y me dijo: “el momento de comenzar es cuando se comienza”. A partir de entonces iniciamos una cordial amistad que cultivamos en encuentros casuales donde siempre le escuché decir la palabra justa.

Asistí a sus clases. No fui un alumno regular. Las clases de mimo, teatro, las horas de estudio, ensayo y algún trabajo eventual, me dejaban poco tiempo. En una de ellas me preguntó por el estilo de Gông Fu que había practicado. Cuando se lo dije, con una tiza lo escribió en letras chinas sobre una mesa y me explicó el significado de ellas. En otra ocasión, diciendo “soy un poquito vanidoso porque creo que sé un poco” trazó cuatro líneas que se cruzaban y comenzó a explicarme, a partir de ellas, el secreto de su arte.



Cuando volví, lo apliqué a mi trabajo, primero como artista y luego como profesor.

Ahora, puesto en peligro por la amenaza del Covid19, ensayo su aplicación y quisiera compartirla, sin ánimo de decir ésta es la solución. Sólo mostrar su lógica. Tal vez a alguien le resulte útil en el trabajo o en algún conflicto personal, lo que sea.

Resulta muy complicado explicar una metáfora de experiencia no compartida, pero, en medio de este infortunio, no quiero quedarme sólo en la fatalidad. Ya hay tantos presuntos “especialistas”, que nunca han hecho una investigación, pronunciándose sobre el asunto con falacias magister dixit que... Quiero creer que así como surgen variantes extremadamente letales, también aparecen otras menos agresivas que van a hacer posible que superemos este problema. Aunque no estoy muy convencido de que lo merezcamos.

Las variantes letales, nos matan; pero las menos agresivas le dan a nuestro sistema la oportunidad de desarrollar las defensas necesarias: los asintomáticos, los afectados leves e incluso los que se recuperan de cuadros complejos son muestras de ello.

¿Optimista? No. Ya que el virus viene de China, veamos la situación con “mirada” oriental. Si no me han engañado, la palabra crisis en chino se escribe wei ji, literalmente: peligro-oportunidad. Así que, perezosamente, me limitaré sólo a los puntos que coinciden con las recomendaciones que nos han dado los expertos en salud. Ya cada quien lo extrapolará al caso que quiera.

No tenemos forma de saber cuál es la variante que ronda cerca de nosotros, mejor dicho cuántas variantes. Casi podría decir que debe haber una variante por cada grupo humano.

Al ir: al norte, el encuentro es letal; al sur, se evita el encuentro; al noreste, se expone al peligro; al noroeste, se esquiva el encuentro. Por eso, en tanto terminamos de estudiar su “fuerza” para aprender a usarla en su contra, evitemos el encuentro y tendremos oportunidad.



La OMS ha decidido bautizar a las variantes de la cepa del coronavirus SARS-CoV-2 como Alfa, a la británica; Beta, a la sudafricana; Gamma, a la brasileña y Delta, a la de la India. Creo que Alfa tendría que ser la que surgió en China, pero ya está. Me temo que les va a faltar letras del alfabeto griego para nombrar a las mutaciones que vayan identificando porque variantes ya hay, seguramente, decenas y probablemente lleguen a centenas. Por ahora, tengo la curiosidad de saber cómo llamarán a la ya identificada variante peruana, ¿Iota u Omega? Yo elegiría Iota por cuestiones de nemotecnia, así se nos haría más fácil recordar cómo nos han tratado Vizcarra y Sagasti: 180 mil muertos lo documentan.

martes, 25 de mayo de 2021

Legge di Brandolini

Todo el mundo experimenta mucho más de lo que entiende. Sin embargo, es la experiencia, más que la comprensión, lo que influye en el comportamiento. 

Herbert Marshall McLuhan


Tendría unos 10 años, transitaba por un costado de lo que era el Mercado Mayorista “La Parada”, serían las 3 ó 4 de la tarde. A la altura del Jr. Pisagua un charlatán formaba un ruedo; curioso me integré a su corro. Comenzó haciendo una especie de calistenia: planchas, canguros y aspas de molino. De pronto, chistó, dio una fuerte palmada y, señalando dos extremos del ruedo, voceo: “voy a correr de este lado para allá y cuando pase por aquí, señalando el centro del ruedo, daré dos saltos mortales en el aire y recogeré con la boca este pedazo de papel”. Hizo un pequeño cucurucho y lo puso en el suelo. No recuerdo qué más dijo, tampoco si vendía algo o no, sólo que luego de un rato terminó su asunto y se fue. Mientras la gente que lo había rodeado se dispersaba, me quedé mirando el conito que quedó ahí, olvidado. Nunca hizo lo que dijo que haría. Me fui profundamente defraudado.

Años después era yo el que armaba un ruedo en alguna plaza pública. Ofrecía un espectáculo de mimo y contaba algunas historias cómicas, chistes y juegos de palabras. Para procurarme algún dinero ofrecía un trueque: “regalaba” unos impresos a cambio de que me “regalen” algunas monedas. Preparaba los impresos con información “cultural” o algún cuento que se me ocurría y que juzgaba interesante. Vendía muchos. Un día, un amigo me dijo que la gente compraba esos impresos, hechos con mimeógrafo en papel bulki, porque creían que en él iban a encontrar más chistes o algo que los haga reír. Entendí entonces que yo estaba haciendo lo mismo que aquél charlatán que vi de niño.

No sé por qué, pero examiné mi hacer y me percaté de algo más. De tanto en tanto, aparecía un detractor que se atrevía a ingresar a mis terrenos: el centro del ruedo y tratar, desde ahí, de cuestionar lo que hacía y o decía. Invariablemente eran derrotados por “mis argumentos” y echados del lugar por el público. No me costó mucho reconocer, ante mí, que mis argumentos no eran consistentes; pero aún así los vencía, ¿por qué? Los años dedicados al ejercicio del teatro en lugares donde el público no es cautivo, me hicieron muy eficiente no sólo en la producción artística sino también en la improvisación de tonterías que arrancaban risotadas de la concurrencia. Era claro que esos eran mis recursos en esas disputas verbales: con el beneplácito del público presente, banalizaba muy fácilmente los argumentos de mis ocasionales contendientes.

Por estos días, nuevamente en plan de público, veo hacer conos de papel y anunciar a voces acrobacias, como entonces. Y cuando alguien interviene tratando de develar el engaño, los desacreditan con una patochada que el populorum festeja soñando con una mejora súbita de su realidad. Así, los vendedores de fantasías se dan por consentidos.

¿Se puede hacer algo ante esta situación? Seguramente, pero es una tarea colosal porque el que dice una estupidez tiene una gran ventaja sobre el que pretenda hacerlo razonar. Esta situación la define Alberto Brandolini como “principio di asimmetria della cazzata”: “La energía necesaria para refutar una tontería es mayor que la necesaria para producirla”.

¿Entonces?

Navegando por la red informática, encontré:
  • Maestro. ¿Cuál es su secreto de la felicidad?
  • No discutir con idiotas.
  • Maestro, disculpe usted, pero no estoy de acuerdo.
  • Tienes razón.

lunes, 19 de abril de 2021

Tiempo de opinólogos

Pasada la primera vuelta, ha recomenzado el acoso agorero de los “opinólogos” de siempre. ¿Opi… qué? Opinólogos. Etimológicamente, algo así como los que estudian las opiniones; pero, en el lenguaje coloquial: los que opinan. Yo preferiría opinantes; pero me abstendré porque podrían decirme: oye tú, mimo, cállate.

Bueno, como el opinólogo no es alguien que estudia las opiniones sino alguien que opina, ¿qué lo caracteriza? Pues un proceder, más o menos, como el de los protagonistas del siguiente cuento:

Paseaban dos amigos cuando vieron a un hombre en lo alto de una colina. ¿Qué hará allí ese individuo? Preguntó uno de ellos. El otro se animó a decir: por la postura y el lugar en el que se encuentra, contempla la belleza del paisaje. No creo, retrucó el primero, a mi me parece que está esperando ver llegar a alguien. Uno insistió en su punto de vista y el otro también. Como no se ponían de acuerdo, decidieron ir a preguntarle al hombre de la colina:

  • Disculpe señor, ¿contempla usted la belleza del paisaje?
  • No
  • ¿Espera usted a alguien?
  • No
  • Entonces, ¿qué hace aquí?
  • Nada. Estoy nomás.

Una opinión no es una verdad, es una idea subjetiva formada sobre hechos observados superficialmente. No es ciencia. Así que, no se extrañen de los disparates, a favor o en contra, de uno u otro, que van a proferir, en lo que sigue de este proceso electoral, los profesionales de la opinología.  

Proceso en el que, una vez más, estamos demostrando que tenemos mucha más inclinación a identificarnos con un equipo de futbol, una estrella del cine o televisión, que a asumir una posición política. Ojo, no digo partido político, eso tendría que venir como consecuencia. Claro, creer que el equipo de futbol, con el cual simpatizamos, es el mejor, no requiere ningún esfuerzo cognitivo ni nos afecta sustancialmente; tomar una posición política: si.

  •  La bandera ondea.
  • No, la bandera no ondea, es el viento.
  • No, ni la bandera ni el viento ondean, sino nuestro espíritu.

miércoles, 7 de abril de 2021

Reflexiones pánfilas

Por estos tiempos se ha hecho común escuchar decir a nuestras autoridades que estamos en guerra, refiriéndose a la circunstancia de encontrarnos en medio de una urgencia sanitaria en la que nos hemos constituido como el país con la peor respuesta a la pandemia y, como consecuencia, con más víctimas.

No faltan voces que culpan a la población de esto. Son necios, dicen; no entienden, afirman; en Corea no son así, en Japón no son asá, proclaman. Soslayan reconocer que el fruto es del árbol que se ha cultivado.

Dicen que estamos en guerra, pero parece que no saben lo que eso significa. La guerra es el mayor conflicto de estado, una encrucijada entre la vida y la muerte, entre la supervivencia y la extinción.

En Perú parece que nunca comprenderemos esto. En Testimonios Británicos de la Ocupación Chilena en Lima[1] se cita el informe del Teniente de la real Marina Británica Carey Brenton[2] , en la que dice: “A pesar de que, como ya mencioné, habían llegado noticias a Lima sobre el desembarco de los chilenos a Chilca, al volver a la capital esa noche no encontré ningún preparativo para oponerse al desembarco ni se adoptaban medidas enérgicas al respecto. Quizá debería decir aquí, de una vez por todas, que los peruanos no entienden el significado de "medidas enérgicas"; es decir, no tienen idea de cómo actuar inmediata y decisivamente, de improviso. Cuando surge alguna emergencia piensan que "algo" debe hacerse, pero al mismo tiempo se consuelan pensando que es casi seguro que "alguien" está haciendo ese "algo", o si no, entonces será hecho por algún otro el día de mañana”.

Por entonces; presa de la desidia y felonía de los mandatarios y su corte, nuestro país sufrió una de las mayores desdichas de su historia; y la estamos repitiendo. Ahora son otros, pero igualmente perdemos un Tarapacá y un Arica de vidas por la indolencia, traición e incompetencia de los actuales.


[1] Wu Brading, C. (1986). Testimonios Británicos de la Ocupación Chilena en Lima. Lima: Milla Batres. 

[2] Observador enviado por la reina Victoria durante la guerra contra Chile

  



 

sábado, 3 de abril de 2021

Nombres o rótulos

Un día, hace mucho, se me ocurrió preguntarle a mi papá por qué me llamo Juan. Se ensimismó, busco un poco entre sus recuerdos y me respondió que porque en la familia no había ninguno con ese nombre. Imagino que me vio con cara de insatisfecho; entonces me detalló: insinué mi nombre, tu mamá dijo que no porque después, al llamar, nos íbamos a confundir con a quién. Ella propuso el de su padre y yo retruqué que, para tal caso, correspondía el del mío; se opuso porque no le gustaba. Me contó que continuaron con una larga lista de nombres que resultaban siendo de primos, tíos, amigos, borrachos, pendencieros, rijosos… y que por lo tanto: no.

Se tardaron tanto en decidir que se les pasó el plazo de inscripción de mi llegada al mundo. Tuvieron que cambiar la fecha de mi nacimiento para no pagar una multa. A veces decían que días; otras, meses; y, alguna vez, años. Nunca sabré con certeza cuánto. Aunque mi madre aseguraba una fecha y yo le creo.

Mi nombre lo decidió mi papá camino al registro, mientras repasaba que nadie en la familia o allegados se llamara así; no quería tener problemas con Clara, mi mamá, una “apacible” indígena huancavelicana (eso creían todos) que a los 94 años me amenazaba con romperme la cabeza con un palo si algo le parecía que no estaba bien. ¡Cómo extraño esas amenazas!

Mi madre era analfabeta. Su sueño era que yo completara mi educación básica.

Por entonces, descontando transición[1]; para los que estudiábamos de día (íbamos al colegio mañana y tarde de lunes a viernes, sábados sólo en la mañana), esto significaba cinco años en primaria y cinco en secundaria. Los que lo hacían en el horario nocturno, porque ya eran mayores y durante el día trabajaban, seis años en cada nivel.

Al concluir la primaria, para acceder a seguir estudios secundarios en un colegio fiscal[2] se debía tener, sumando el promedio final del cuarto y quinto año de primaria, 30 puntos.

Entonces era muy bien visto ser alumno de colegio fiscal. Si estabas en uno particular[3] te decían que no eras buen estudiante.

Concluir el quinto año de secundaria arrogaba respeto y oportunidades de trabajo.

De esa época tengo un amigo que, cuando era niño, tuvo la desgracia de ser apuñalado múltiples veces. Nadie se explica cómo sobrevivió. De esa infausta experiencia le quedan cicatrices en el pecho, espalda, brazos y piernas.

Celebrando el haber aprobado el quinto año de secundaria fue a la playa con unos amigos. Ahí, todos se soleaban en ropa de baño mientras él permanecía con una camiseta manga larga, cuello cerrado y una trusa que le cubría hasta las rodillas. Estaban en eso cuando un sujeto mal encarado se acercó a ellos y buscando intimidarlos abrió su camisa y les mostró una cicatriz que le cruzaba el pecho, al tiempo que les pedía una “colaboración”. Mi amigo se puso de pie y se quitó la camiseta. Aquél tipo, echándose para atrás, se retiró vociferando “tú ganas”.

Me acordé de esto cuando me llamaron para dictar unas clases en una universidad. Previamente debía tener una entrevista con una persona que evaluaría mi competencia. Me presenté a la hora acordada. Me hicieron esperar 42 minutos. Finalmente, me recibieron:

  • Buenos días Don Antonio
  • Doctor!
  • ¡Ah…? (Confundido, ¿me estaba llamando doctor?)
  • (Puntualizando) ¡Soy Doctor! Tome asiento señor Arcos.
  • ¡Mimo!
  • ¿Cómo?
  • ¡Soy Mimo! (precisé, ya que nos íbamos a tratar por nuestras “cualificaciones”).

Revisó mi C.V., respondí algunas preguntas y acepté lo que me ofrecía. 

Llamó a la secretaria: 

  • Karen, por favor, entréguele al Doctor Arcos una carpeta con las asignaturas que va a tener a su cargo y el horario. 

Me retiré sintiéndome como mi amigo, aquél día, en la playa.

Y me fui pensando en que nuestros padres se preocuparon inútilmente en elegirnos un nombre y heredarnos un apellido. En estos tiempos, la gente está muy dispuesta a cambiarlos por un rótulo: Licenciado, Doctor, etc. Yo prefiero: Juan; es mi manera de honrar la osadía de Samuel, mi padre.


[1] Un año preescolar, que se dedicaba a la socialización, el aprendizaje de los números (adiciones, sustracciones), letras (vocales, consonantes), y nos ejercitábamos en la lectura deletreando.

[2] Colegio público. En ellos la educación es gratuita.

[3] Colegio privado. En ellos la educación tiene un costo.

jueves, 11 de marzo de 2021

Gracias Ernesto

Hoy, muy temprano, Tito Lugo me informó que el maestro Ráez había fallecido. Un buen rato me quedé pensando en nada, hasta que recordé que él me celebraba una pantomima. Me puse de pie, respiré profundo y mimé, solo. Después vinieron otros recuerdos; de entre ellos, tal vez el primero y el último:

Estaba en una de las primeras clases con él, allá por los setenta, no recuerdo el tema; nos examinó uno por uno. Nos pedía pasar y hacer algunas acciones simples: jugar con una pelota,  limpiar un mueble, leer un libro, etc. Luego, inmediatamente después de cada ejercicio, ponía una nota y explicaba el porqué. Hacía un tiempo que yo hacía mimo en las plazas así que esperaba confiado mi turno. Cuando me tocó, me sorprendió al pedirme que hiciera una kata. Mientras iba al frente me preguntaba, ¿cómo sabe que puedo hacer una kata? Por esos tiempos no compartía eso. Hice la kata. Recuerdo lo que me dijo: no te pongo 20 porque tu mirada no estaba lo suficientemente enfocada, por eso tu energía se dispersaba. Era la evaluación de un experto o de alguien con la suficiente agudeza y sensibilidad para percibirla.

Luego, muchos años, muchas conversaciones, muchas lecciones.

Una de las últimas veces que nos vimos fue una tarde, terminando el 2018, yo salía de la escuela y él llegaba. En el auditorio de al lado ensayaba un grupo de rock preparando el concierto que darían esa noche. Mientras nos estrechamos en un abrazo me dijo: ¿escuchas? ¡Nuestra música! 

El 13 de junio del 2020 recibí un mensaje suyo, vía Messenger: “A este chino lo conozco. No, no es el de la tienda de la esquina. Lo llevo en el corazón. Y me alegra poderle enviar este mensaje”.

Gracias Ernesto, por toda tu generosidad. Hasta pronto.

miércoles, 3 de marzo de 2021

Ayer tuve un sueño:

Estaba…

Estaba acostumbrado, al llegar a casa,

a recibir el saludo de la mesa de trabajo y el abrazo de mi cama;

algunas veces:

el barullo de niños, fiestas y riñas ajenas;

otras,

el café solitario y la silla vecina siempre vacía.

Así discurría...

Y de pronto me vi actuando en una plaza pública, como hace un montón de años, pero no me reconocía. Mi camiseta rayada había sido reemplazada por un enterizo de presidiario y mis palabras eran gritos sin eco:

No voy a hablar de política porque para eso hay que estar informado, tampoco voy a contar mis tragedias personales porque cualquiera lo está pasando peor que yo. Cuando me tocó hacerme cargo de mi vida opté por el teatro. Desde entonces mi lucha permanente ha sido por poder comer todos los días. No me quejo de eso, yo elegí vivir así. Pero nunca esperé verme desamparando al necesitado; en mi bolsillo nunca había faltado para invitar una comida o un hospedaje. En este último año he sido incapaz de ayudar varias veces, como muchos seguramente, y en cada nueva ocasión la desazón es mayor. 

De pronto, Celeste, la mensajera de Hades, con un cabito de vela a punto de extinguirse, abriéndose paso entre mi público, me extendió la mano. Respingué: ¡quita, carajo! Si quieres llevarme, primero hagamos el amor. Y no sé si despierto o aún soñando, irrumpió, recostó su sombra a mi lado y me sopló al oído: mi padre no quiere que el que tenga 70 soles se vacune. Entonces, recordando mal los textos de Ibsen, exclamé: ¡Dios mío, por qué los inteligentes somos gobernados por estólidos y oligofrénicos!

Y firmé mi sueño.