Virgilio Dávila[1]
Ojeando “El alma de la empresa” del psicólogo Bernardo Ahlborn leo: “Carlos IV decía que no convenía que se haga general la ilustración en América, y a su heredero Fernando VII le irritaba que se generalizara lo que él llamaba “la funesta manía de pensar”, expresión ésta celebrada en una “memorable” carta por las autoridades de la catalana Universidad de Cervera. Por esos tiempos el fin de la pedagogía consistía en repetir lo que estaba autorizado pues la verdad “ya había sido descubierta y dicha”.
Vista la realidad pareciera que esa situación no ha cambiado. El imperio sigue, como entonces, premiando todo lo que mantenga distante “la funesta manía de pensar”. Claro, ahora a través de otros mecanismos como los “acuerdos de libre comercio” que imponen los países poderosos, por el cual, la educación, ha sido reducida a un servicio comercial.
¿Teníamos un mejor panorama antes? En el seminario “Alternativas de reforma de la educación secundaria[2]” se repetía lugares comunes de nuestra realidad respecto a la universalización de la enseñanza media: “la falta de cobertura afecta primordialmente a los pobres”, “en las pasadas 4 décadas se atendió poco y mal la formación de maestros y profesores. Hoy los resultados de las pruebas de conocimientos juzgan, más que las escasas competencias de los alumnos, la debilidad de la formación de los profesores”. Atención, esto se dice en países que han atendido mejor su educación.
En nuestro país, por omisión o desidia, se ha instituido la estafa de la educación. Y ésta es de tal magnitud que, en las condiciones actuales, el joven estudiante peruano no perdería nada, en términos académicos, si en los próximos dos años cerráramos las escuelas. Es más, las familias peruanas resultarían beneficiadas porque, siguiendo tradiciones ancestrales, los hijos desocupados serían convocados por los padres para asistirlos en el trabajo cotidiano donde, sin ninguna duda, ocuparían con mayor provecho formativo su tiempo. Pero claro, estas son posiciones insostenibles en el mundo actual. Las condiciones sociales contemporáneas demandan otro tipo de actitudes, pero me permito esbozar este “escenario alternativo” porque nuestra realidad educativa dista mucho de ser tal (educativa).
Sobre el problema de la educación opinan presidentes, ministros, sacerdotes, militares, etc., menos los interesados. Demandan mayor calificación en los maestros los menos calificados para hablar de ello.
Tsunesaburo Makiguchi en ‘La pedagogía de la creación de valores’ dice “el propósito de la educación es desarrollar el potencial creativo de cada niño y no “producir” servidores obedientes del estado”. En este enunciado se distingue la clave que ha permitido el desarrollo del hombre: la creatividad; sin ella aún seguiríamos en el paleolítico, sin embargo, ¿qué asignatura la cultiva?
¿El hombre o el negocio? ¿Qué debe preocupar a la educación? De un tiempo a esta parte nuestra “preocupación” predominante es la “computarización” de la educación: ¡cada estudiante con su computadora! Suena bonito, se vería bonito; en fin, cumple con los requisitos básicos del marketing. ¿Es secreto para alguien de que sólo se trata de un negocio más?