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viernes, 11 de junio de 2021

El secreto de la golondrina

Siendo estudiante, allá por los años setenta, tuve ocasión de conocer al maestro Soo Nam Yoo en casa de unos amigos. Al principio no sabía quién era él. Por su parte, el maestro Yoo, creyendo que yo era oriental, me preguntó si estudiaba algún arte marcial. Le dije que era peruano, que había practicado Gông Fu, pero que lo había dejado y que por entonces estaba estudiando. Me habló entonces del Si Pal Ki, arte que él enseñaba y que yo no conocía. Me invitó a sus clases. Se lo agradecí, pero abrumado ensayé una excusa ridícula: ya estoy viejo para comenzar un estilo nuevo. Sonrió y me dijo: “el momento de comenzar es cuando se comienza”. A partir de entonces iniciamos una cordial amistad que cultivamos en encuentros casuales donde siempre le escuché decir la palabra justa.

Asistí a sus clases. No fui un alumno regular. Las clases de mimo, teatro, las horas de estudio, ensayo y algún trabajo eventual, me dejaban poco tiempo. En una de ellas me preguntó por el estilo de Gông Fu que había practicado. Cuando se lo dije, con una tiza lo escribió en letras chinas sobre una mesa y me explicó el significado de ellas. En otra ocasión, diciendo “soy un poquito vanidoso porque creo que sé un poco” trazó cuatro líneas que se cruzaban y comenzó a explicarme, a partir de ellas, el secreto de su arte.



Cuando volví, lo apliqué a mi trabajo, primero como artista y luego como profesor.

Ahora, puesto en peligro por la amenaza del Covid19, ensayo su aplicación y quisiera compartirla, sin ánimo de decir ésta es la solución. Sólo mostrar su lógica. Tal vez a alguien le resulte útil en el trabajo o en algún conflicto personal, lo que sea.

Resulta muy complicado explicar una metáfora de experiencia no compartida, pero, en medio de este infortunio, no quiero quedarme sólo en la fatalidad. Ya hay tantos presuntos “especialistas”, que nunca han hecho una investigación, pronunciándose sobre el asunto con falacias magister dixit que... Quiero creer que así como surgen variantes extremadamente letales, también aparecen otras menos agresivas que van a hacer posible que superemos este problema. Aunque no estoy muy convencido de que lo merezcamos.

Las variantes letales, nos matan; pero las menos agresivas le dan a nuestro sistema la oportunidad de desarrollar las defensas necesarias: los asintomáticos, los afectados leves e incluso los que se recuperan de cuadros complejos son muestras de ello.

¿Optimista? No. Ya que el virus viene de China, veamos la situación con “mirada” oriental. Si no me han engañado, la palabra crisis en chino se escribe wei ji, literalmente: peligro-oportunidad. Así que, perezosamente, me limitaré sólo a los puntos que coinciden con las recomendaciones que nos han dado los expertos en salud. Ya cada quien lo extrapolará al caso que quiera.

No tenemos forma de saber cuál es la variante que ronda cerca de nosotros, mejor dicho cuántas variantes. Casi podría decir que debe haber una variante por cada grupo humano.

Al ir: al norte, el encuentro es letal; al sur, se evita el encuentro; al noreste, se expone al peligro; al noroeste, se esquiva el encuentro. Por eso, en tanto terminamos de estudiar su “fuerza” para aprender a usarla en su contra, evitemos el encuentro y tendremos oportunidad.



La OMS ha decidido bautizar a las variantes de la cepa del coronavirus SARS-CoV-2 como Alfa, a la británica; Beta, a la sudafricana; Gamma, a la brasileña y Delta, a la de la India. Creo que Alfa tendría que ser la que surgió en China, pero ya está. Me temo que les va a faltar letras del alfabeto griego para nombrar a las mutaciones que vayan identificando porque variantes ya hay, seguramente, decenas y probablemente lleguen a centenas. Por ahora, tengo la curiosidad de saber cómo llamarán a la ya identificada variante peruana, ¿Iota u Omega? Yo elegiría Iota por cuestiones de nemotecnia, así se nos haría más fácil recordar cómo nos han tratado Vizcarra y Sagasti: 180 mil muertos lo documentan.

martes, 25 de mayo de 2021

Legge di Brandolini

Todo el mundo experimenta mucho más de lo que entiende. Sin embargo, es la experiencia, más que la comprensión, lo que influye en el comportamiento. 

Herbert Marshall McLuhan


Tendría unos 10 años, transitaba por un costado de lo que era el Mercado Mayorista “La Parada”, serían las 3 ó 4 de la tarde. A la altura del Jr. Pisagua un charlatán formaba un ruedo; curioso me integré a su corro. Comenzó haciendo una especie de calistenia: planchas, canguros y aspas de molino. De pronto, chistó, dio una fuerte palmada y, señalando dos extremos del ruedo, voceo: “voy a correr de este lado para allá y cuando pase por aquí, señalando el centro del ruedo, daré dos saltos mortales en el aire y recogeré con la boca este pedazo de papel”. Hizo un pequeño cucurucho y lo puso en el suelo. No recuerdo qué más dijo, tampoco si vendía algo o no, sólo que luego de un rato terminó su asunto y se fue. Mientras la gente que lo había rodeado se dispersaba, me quedé mirando el conito que quedó ahí, olvidado. Nunca hizo lo que dijo que haría. Me fui profundamente defraudado.

Años después era yo el que armaba un ruedo en alguna plaza pública. Ofrecía un espectáculo de mimo y contaba algunas historias cómicas, chistes y juegos de palabras. Para procurarme algún dinero ofrecía un trueque: “regalaba” unos impresos a cambio de que me “regalen” algunas monedas. Preparaba los impresos con información “cultural” o algún cuento que se me ocurría y que juzgaba interesante. Vendía muchos. Un día, un amigo me dijo que la gente compraba esos impresos, hechos con mimeógrafo en papel bulki, porque creían que en él iban a encontrar más chistes o algo que los haga reír. Entendí entonces que yo estaba haciendo lo mismo que aquél charlatán que vi de niño.

No sé por qué, pero examiné mi hacer y me percaté de algo más. De tanto en tanto, aparecía un detractor que se atrevía a ingresar a mis terrenos: el centro del ruedo y tratar, desde ahí, de cuestionar lo que hacía y o decía. Invariablemente eran derrotados por “mis argumentos” y echados del lugar por el público. No me costó mucho reconocer, ante mí, que mis argumentos no eran consistentes; pero aún así los vencía, ¿por qué? Los años dedicados al ejercicio del teatro en lugares donde el público no es cautivo, me hicieron muy eficiente no sólo en la producción artística sino también en la improvisación de tonterías que arrancaban risotadas de la concurrencia. Era claro que esos eran mis recursos en esas disputas verbales: con el beneplácito del público presente, banalizaba muy fácilmente los argumentos de mis ocasionales contendientes.

Por estos días, nuevamente en plan de público, veo hacer conos de papel y anunciar a voces acrobacias, como entonces. Y cuando alguien interviene tratando de develar el engaño, los desacreditan con una patochada que el populorum festeja soñando con una mejora súbita de su realidad. Así, los vendedores de fantasías se dan por consentidos.

¿Se puede hacer algo ante esta situación? Seguramente, pero es una tarea colosal porque el que dice una estupidez tiene una gran ventaja sobre el que pretenda hacerlo razonar. Esta situación la define Alberto Brandolini como “principio di asimmetria della cazzata”: “La energía necesaria para refutar una tontería es mayor que la necesaria para producirla”.

¿Entonces?

Navegando por la red informática, encontré:
  • Maestro. ¿Cuál es su secreto de la felicidad?
  • No discutir con idiotas.
  • Maestro, disculpe usted, pero no estoy de acuerdo.
  • Tienes razón.

lunes, 19 de abril de 2021

Tiempo de opinólogos

Pasada la primera vuelta, ha recomenzado el acoso agorero de los “opinólogos” de siempre. ¿Opi… qué? Opinólogos. Etimológicamente, algo así como los que estudian las opiniones; pero, en el lenguaje coloquial: los que opinan. Yo preferiría opinantes; pero me abstendré porque podrían decirme: oye tú, mimo, cállate.

Bueno, como el opinólogo no es alguien que estudia las opiniones sino alguien que opina, ¿qué lo caracteriza? Pues un proceder, más o menos, como el de los protagonistas del siguiente cuento:

Paseaban dos amigos cuando vieron a un hombre en lo alto de una colina. ¿Qué hará allí ese individuo? Preguntó uno de ellos. El otro se animó a decir: por la postura y el lugar en el que se encuentra, contempla la belleza del paisaje. No creo, retrucó el primero, a mi me parece que está esperando ver llegar a alguien. Uno insistió en su punto de vista y el otro también. Como no se ponían de acuerdo, decidieron ir a preguntarle al hombre de la colina:

  • Disculpe señor, ¿contempla usted la belleza del paisaje?
  • No
  • ¿Espera usted a alguien?
  • No
  • Entonces, ¿qué hace aquí?
  • Nada. Estoy nomás.

Una opinión no es una verdad, es una idea subjetiva formada sobre hechos observados superficialmente. No es ciencia. Así que, no se extrañen de los disparates, a favor o en contra, de uno u otro, que van a proferir, en lo que sigue de este proceso electoral, los profesionales de la opinología.  

Proceso en el que, una vez más, estamos demostrando que tenemos mucha más inclinación a identificarnos con un equipo de futbol, una estrella del cine o televisión, que a asumir una posición política. Ojo, no digo partido político, eso tendría que venir como consecuencia. Claro, creer que el equipo de futbol, con el cual simpatizamos, es el mejor, no requiere ningún esfuerzo cognitivo ni nos afecta sustancialmente; tomar una posición política: si.

  •  La bandera ondea.
  • No, la bandera no ondea, es el viento.
  • No, ni la bandera ni el viento ondean, sino nuestro espíritu.

miércoles, 7 de abril de 2021

Reflexiones pánfilas

Por estos tiempos se ha hecho común escuchar decir a nuestras autoridades que estamos en guerra, refiriéndose a la circunstancia de encontrarnos en medio de una urgencia sanitaria en la que nos hemos constituido como el país con la peor respuesta a la pandemia y, como consecuencia, con más víctimas.

No faltan voces que culpan a la población de esto. Son necios, dicen; no entienden, afirman; en Corea no son así, en Japón no son asá, proclaman. Soslayan reconocer que el fruto es del árbol que se ha cultivado.

Dicen que estamos en guerra, pero parece que no saben lo que eso significa. La guerra es el mayor conflicto de estado, una encrucijada entre la vida y la muerte, entre la supervivencia y la extinción.

En Perú parece que nunca comprenderemos esto. En Testimonios Británicos de la Ocupación Chilena en Lima[1] se cita el informe del Teniente de la real Marina Británica Carey Brenton[2] , en la que dice: “A pesar de que, como ya mencioné, habían llegado noticias a Lima sobre el desembarco de los chilenos a Chilca, al volver a la capital esa noche no encontré ningún preparativo para oponerse al desembarco ni se adoptaban medidas enérgicas al respecto. Quizá debería decir aquí, de una vez por todas, que los peruanos no entienden el significado de "medidas enérgicas"; es decir, no tienen idea de cómo actuar inmediata y decisivamente, de improviso. Cuando surge alguna emergencia piensan que "algo" debe hacerse, pero al mismo tiempo se consuelan pensando que es casi seguro que "alguien" está haciendo ese "algo", o si no, entonces será hecho por algún otro el día de mañana”.

Por entonces; presa de la desidia y felonía de los mandatarios y su corte, nuestro país sufrió una de las mayores desdichas de su historia; y la estamos repitiendo. Ahora son otros, pero igualmente perdemos un Tarapacá y un Arica de vidas por la indolencia, traición e incompetencia de los actuales.


[1] Wu Brading, C. (1986). Testimonios Británicos de la Ocupación Chilena en Lima. Lima: Milla Batres. 

[2] Observador enviado por la reina Victoria durante la guerra contra Chile