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martes, 19 de junio de 2012

Las policías son un peligro

Iba conduciendo por la Av. México cuando, a la altura del mercado Metro, el semáforo cambió a rojo; entonces me detuve en segunda fila, detrás de un taxi. Una mujer policía, en motocicleta, avanzó esquivando los autos y se detuvo a la derecha del taxi. Esperamos. Al encenderse la luz verde: la policía partió girando inesperadamente a la izquierda; el taxista frenó abruptamente; ella siguió su camino como si su accionar hubiera sido correcto. El taxista se quedó detenido. Cuando pude, retrocedí y luego avancé; al llegar a la altura de su ventanilla, solidarizándome con él, le dije: ¡son un peligro! 

Pensar que cuando se incorporaron al servicio se esperaba que su participación mejorara las cosas; hoy, la realidad, nos muestra que no es así. 

Apremiado por el tiempo, en ocasiones, he tenido que dejar mi auto (en un embotellamiento infernal) y seguir mi camino a pie. Al llegar al núcleo del problema me he encontrado con algunas mujeres policía que, imperturbables ante el lío, displicentemente conversaban a través del teléfono celular que llevaban adherido a una oreja. Algunas veces, no pudiendo avanzar ni a pie, he escuchado parte de las conversaciones que tenían a través de esa “prótesis”. ¿Recibían o daban instrucciones para solucionar el problema? No. ¿De qué hablaban? Una, de la querida del comandante; otra, organizaba la salida del fin de semana; una tercera, que quería cambiar de marido; una cuarta, el colmo, se quejaba de que los choferes la querían coimear sólo con cinco soles; veinte, mínimo, sino no atraco: decía. 

Hay un viejo refrán que dice: quien mucho abarca poco aprieta. Las mujeres han llevado a su hacer profesional, en la policía, aquello de que son capaces de hacer muchas cosas simultáneamente; pues sí, pero mediocremente y mal. 

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