Coincido con quienes sostienen que uno es libre de vestir y andar como quiera. Pero una cosa es la postura personal y otra encontrarse frente al “encargo” de sostener lo contrario.
- Por favor, explícale a esta "señorita" el porqué no puede salir a la calle vestida así.
- ¿Yo, por qué?
- Porque a ti te escucha.
"La señorita", una jovencita de 19 años viviendo el boom del streetstyle, con, según ella, un outfit que le llevó horas componer; conteniendo una rabieta, espera.
No sé si llego a pensar en algo, algunas ideas borrosas se escapan del argumento que quiero componer. En tanto, me pregunto: ¿cómo le digo que la falda es muy corta, que su camiseta es más pequeña que…? ¿Cómo le digo que se ponga más ropa si con el calor que se siente eso sería como enviarla a la hoguera? Dirijo una mirada de súplica a la madre, “aparta de mí este cáliz”. Pero ella, inconmovible: ¡siéntate y escucha!
De golpe acude a mi memoria el recuerdo de la primera vez que se desdibujó mi corte alemán (un estilo de recorte de cabello de mi época: al ras, con un pequeño mechón sobre la frente). Había llegado a mis oídos los compases de love me do y dejé pasar una semana la visita quincenal al peluquero. Mi padre, alcanzándome dos soles, ordenó: ¡coco!
Con una postura de desamparo, dije derrotado: nosotros somos del siglo pasado, en éste hay demasiados peligros en la calle, sólo queremos tu seguridad. No sé si estuvo de acuerdo conmigo o se compadeció de mí, presumo que fue lo segundo. Volvió a su cuarto, se puso algo encima que satisfizo a su madre y salió. Respiré aliviado.