Hace unos días, departiendo con unos amigos, recordábamos cómo nos conocimos unos a otros. La charla, que había tomado un giro artificial, solemne, iba en esa línea hasta que Gabriel contó que conoció a su mujer el día que ella le gano, por puesta de mano, el libro que él estaba buscando. ¡Te casaste por un libro! Lo vacilamos. ¿Dónde fue eso? Preguntamos. En «Época», del ovalo Gutiérrez, remató entre risotadas.
Por eso, cuando me tocó, sin esfuerzo recordé que... Sophie tardaba; que mientras esperaba admirando la ciudad desde las escalinatas del Sacré Coeur, recordaba en silencio la canción de Brassens que habíamos repetido tantas veces la noche anterior celebrando la muestra de Didier: Au village, sans prétention / J'ai mauvaise réputation / Qu'je me démè-ne ou que je reste coi / Je passe pour un je-ne-sais-quoi / Je ne fait pourtant de tort à personne / En suivant mon chemin de petit bonhomme…
Cuando llegó, agitada, disculpándose de muchas maneras; traía el cabello mojado. Abriendo la cartera, que llevaba a la bandolera, extrajo tres libros: