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jueves, 11 de marzo de 2021

Gracias Ernesto

Hoy, muy temprano, Tito Lugo me informó que el maestro Ráez había fallecido. Un buen rato me quedé pensando en nada, hasta que recordé que él me celebraba una pantomima. Me puse de pie, respiré profundo y mimé, solo. Después vinieron otros recuerdos; de entre ellos, tal vez el primero y el último:

Estaba en una de las primeras clases con él, allá por los setenta, no recuerdo el tema; nos examinó uno por uno. Nos pedía pasar y hacer algunas acciones simples: jugar con una pelota,  limpiar un mueble, leer un libro, etc. Luego, inmediatamente después de cada ejercicio, ponía una nota y explicaba el porqué. Hacía un tiempo que yo hacía mimo en las plazas así que esperaba confiado mi turno. Cuando me tocó, me sorprendió al pedirme que hiciera una kata. Mientras iba al frente me preguntaba, ¿cómo sabe que puedo hacer una kata? Por esos tiempos no compartía eso. Hice la kata. Recuerdo lo que me dijo: no te pongo 20 porque tu mirada no estaba lo suficientemente enfocada, por eso tu energía se dispersaba. Era la evaluación de un experto o de alguien con la suficiente agudeza y sensibilidad para percibirla.

Luego, muchos años, muchas conversaciones, muchas lecciones.

Una de las últimas veces que nos vimos fue una tarde, terminando el 2018, yo salía de la escuela y él llegaba. En el auditorio de al lado ensayaba un grupo de rock preparando el concierto que darían esa noche. Mientras nos estrechamos en un abrazo me dijo: ¿escuchas? ¡Nuestra música! 

El 13 de junio del 2020 recibí un mensaje suyo, vía Messenger: “A este chino lo conozco. No, no es el de la tienda de la esquina. Lo llevo en el corazón. Y me alegra poderle enviar este mensaje”.

Gracias Ernesto, por toda tu generosidad. Hasta pronto.

miércoles, 3 de marzo de 2021

Ayer tuve un sueño:

Estaba…

Estaba acostumbrado, al llegar a casa,

a recibir el saludo de la mesa de trabajo y el abrazo de mi cama;

algunas veces:

el barullo de niños, fiestas y riñas ajenas;

otras,

el café solitario y la silla vecina siempre vacía.

Así discurría...

Y de pronto me vi actuando en una plaza pública, como hace un montón de años, pero no me reconocía. Mi camiseta rayada había sido reemplazada por un enterizo de presidiario y mis palabras eran gritos sin eco:

No voy a hablar de política porque para eso hay que estar informado, tampoco voy a contar mis tragedias personales porque cualquiera lo está pasando peor que yo. Cuando me tocó hacerme cargo de mi vida opté por el teatro. Desde entonces mi lucha permanente ha sido por poder comer todos los días. No me quejo de eso, yo elegí vivir así. Pero nunca esperé verme desamparando al necesitado; en mi bolsillo nunca había faltado para invitar una comida o un hospedaje. En este último año he sido incapaz de ayudar varias veces, como muchos seguramente, y en cada nueva ocasión la desazón es mayor. 

De pronto, Celeste, la mensajera de Hades, con un cabito de vela a punto de extinguirse, abriéndose paso entre mi público, me extendió la mano. Respingué: ¡quita, carajo! Si quieres llevarme, primero hagamos el amor. Y no sé si despierto o aún soñando, irrumpió, recostó su sombra a mi lado y me sopló al oído: mi padre no quiere que el que tenga 70 soles se vacune. Entonces, recordando mal los textos de Ibsen, exclamé: ¡Dios mío, por qué los inteligentes somos gobernados por estólidos y oligofrénicos!

Y firmé mi sueño.

martes, 24 de noviembre de 2020

El Espíritu De Las Combis

Ayer, después de visitar el Museo de Arte, paseé por el Parque de la Exposición. El lugar parece un pequeño vergel: prados bien cuidados, una fuente hermosa, amplios paseos; un remanso de paz y sosiego en esta Lima caótica; pero no. Bastó que tomara asiento en una de las bancas, que me reclinara a disfrutar el rumor a naturaleza cuando irrumpió, a través de unas bocinas, el espíritu de las combis. A mi lado, un pajarillo sufrió un infarto; más allá, un ave que empollaba rompió sus huevos al huir despavorida; los peces se alejaron de la superficie y los loros emigraron a la plaza Manco Capac en busca de silencio. Indagué entre los presentes; salvo dos sordos, que discutían acaloradamente, la mayoría manifestaba su malestar. Muchos, como yo, habían acudido en busca de paz hartos del bullicio de la ciudad y se mostraban contrariados por lo que estaba sucediendo; nadie sabía explicar el porqué a un lugar como éste, casi una reserva, a alguien se le ocurría contaminarla propalando, a bordo de un carro eléctrico que recorría el parque, la publicidad de un circo y de un mercado de artesanías afincado en la playa de estacionamiento. Ese lugar tendría que ser un remanso apenas perturbado por sus residentes: las aves, los peces o el rumor de los árboles agitados por el viento. Un espacio tranquilo para el disfrute de los transeúntes. Pensar que la Municipalidad hizo, en los parques, campañas de lectura. Con ese ruido, ¿cómo podría leerse una línea? Me retiré pensando: el administrador de este lugar debe haber sido chofer de combi. No encontraba otra explicación para tamaño despropósito. ¡Qué lástima!

jueves, 31 de enero de 2019

De streetstyle & outfit

Coincido con quienes sostienen que uno es libre de vestir y andar como quiera. Pero una cosa es la postura personal y otra encontrarse frente al “encargo” de sostener lo contrario.

  • Por favor, explícale a esta "señorita" el porqué no puede salir a la calle vestida así. 
  • ¿Yo, por qué? 
  • Porque a ti te escucha. 

"La señorita", una jovencita de 19 años viviendo el boom del streetstyle, con, según ella, un outfit que le llevó horas componer; conteniendo una rabieta, espera.

No sé si llego a pensar en algo, algunas ideas borrosas se escapan del argumento que quiero componer. En tanto, me pregunto: ¿cómo le digo que la falda es muy corta, que su camiseta es más pequeña que…? ¿Cómo le digo que se ponga más ropa si con el calor que se siente eso sería como enviarla a la hoguera? Dirijo una mirada de súplica a la madre, “aparta de mí este cáliz”. Pero ella, inconmovible: ¡siéntate y escucha!

De golpe acude a mi memoria el recuerdo de la primera vez que se desdibujó mi corte alemán (un estilo de recorte de cabello de mi época: al ras, con un pequeño mechón sobre la frente). Había llegado a mis oídos los compases de love me do y dejé pasar una semana la visita quincenal al peluquero. Mi padre, alcanzándome dos soles, ordenó: ¡coco!

Con una postura de desamparo, dije derrotado: nosotros somos del siglo pasado, en éste hay demasiados peligros en la calle, sólo queremos tu seguridad. No sé si estuvo de acuerdo conmigo o se compadeció de mí, presumo que fue lo segundo. Volvió a su cuarto, se puso algo encima que satisfizo a su madre y salió. Respiré aliviado.